
Comprender el dolor
Pocas experiencias humanas alcanzan tal grado de universalidad como el dolor. Su registro es tan común como inevitable. De una u otra forma, todos somos personas dolientes, desde el primer sollozo, desde esa primera bocanada de aire que nos entrega a la vida, a pesar de que el ser humano no nace configurado para herir ni para que le hieran. Pero antes de seguir, distinga primero el lector entre dolor y sufrimiento, pues ambas experiencias no son similares. No puede haber más alegría en una madre que pare a su hijo en medio de dolores de parto y no puede caber más sufrimiento en aquel o aquella que pierde a un ser querido, o recibe una ofensa, o ve sufrir a un inocente, o se sabe solo, o rechazado, o sin recursos... aunque en realidad, por todo ello, no le duela más que el alma.
El dolor es parte de nuestra vida cotidiana y tiene el poder de contribuir a hacernos caminar hacia la madurez o de derribarnos hundiendo nuestra existencia en la amargura. Nos duele nuestro dolor y nos duele el de los otros... El mundo está lleno de crucificados, está lleno de personas que sufren, crucificadas por la desgracia, la injusticia, el olvido: enfermos solos y sin cuidados, mujeres maltratadas, ancianos ignorados, niños y niñas violados, emigrantes sin futuro y mucha, mucha gente hundida en el hambre, la miseria o la guerra. Vivimos tiempos dolorosos configurados por la angustia, la incertidumbre, la precariedad económica, la violencia, la crisis de valores sociales, familiares, éticos y morales, el miedo, la indignación y la desconfianza.
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Comprender el dolor
La ayuda en situaciones de catástrofe, el manejo emocional ante el dolor ajeno, el dolor en las grandes religiones, la representación del dolor en el cine, en definitiva, un mosaico de perspectivas con las que pretendemos comprender el dolor.