
El coraje del amor

en la renuncia de Benedicto XVI
El viento sopla cuándo y dónde quiere...
Parecía que los grandes problemas estaban encauzados tras años y recientes meses de turbulencias en las estancias vaticanas. Es cierto que la situación mundial y muy especialmente la italiana se mostraba compleja y peligrosa, sobre todo por la presión de los inmisericordes de siempre y de posibles alternativas populistas a lo Berlusconi, ese hombre de oscuras intenciones.
La Iglesia no pintaba gran cosa en esta ventolera sociopolítica que todo lo arrumbaba, pero la verdad es que las intenciones del líder espiritual de los católicos romanos habían sido introducir en el adentro eclesial elementos de renovación mediante un espíritu de limpieza que hiciera posible un testimonio de transparencia pública en materias que escandalizaban a Dios y a los humanos: pedofilia sacerdotal, corrupción en las finanzas vaticanas, cruce de documentos entre privados y públicos, desde oscuras intenciones bajo la púrpura del servicio a la Iglesia y, para colmo, la traición de una buena persona como el ayuda de cámara, ese Paolo Gabriele que también arguía pasión eclesial.
Pero en fin, de puertas afuera, los especialistas vaticanos transmitían la fatiga del pontífice, el progresivo protagonimo del discutido Secretario de Estado, el salesiano Bertone, cierta inquietud en ambientes eclesiales por el futuro eclesial y, desde hacía meses, algunos conatos de malestar entre dos facciones eclesiales en pro y en contra de las diferentes políticas del líder, por obra y gracia del Espíritu Santo, desde el 19 de abril de 2005, tras la muerte televisada de Juan Pablo II, que había llenado el mundo de tan encontradas reacciones.
Los grandes problemas parecían encauzados tras tantas turbulencias, pero la verdad es que latían y enseñaban sus dientes otras fieras de no menor entidad. Alejado un tanto del mundo, el líder católico romano repodaba su cabeza, como su Señor Jesús, en Georg Ganswein, su fidelísimo secretario personal, a quien había convertido en Arzobispo y puesto al frente de las instituciones vaticanas. Su hermano George, en la lejanía alemana, era un regazo más complejo por distante. Y de pronto...
... En algún momento el viento del Santo Espíritu se llevó por los aires de la personalidad creyente del líder católico romano, todas las prudencias al uso y le impulsó a reconocer su debilidad para afrontar los desafíos del futuro, dar gracias a su Dios por las acciones del pasado y tomar una decisión tan radical como sorpresiva en el ambiente vaticano, el conjunto de la Santa Iglesia y en general la sociedad mundial: renunciar al peso de saberse Sucesor de Pedro y manifestar tal renuncia, de forma absolutamente secreta en su preparación.
El día del anuncio sería el lunes 11 de febrero y la ejecución de la renuncia el 28 casi inmediato. En plena Cuaresma, tiempo de purificación y de penitencia para prepararse a los misterios pascuales, abiertos a la gran transparencia de Dios en Jesucristo por medio de la Resurreción. Para el Papa, inteligente y humilde, tal Resurreción probablemente coincidiría con la elección de su sucesor que dejaba por completo en manos del Señor de la Iglesia, el Jesucristo sobre cuya vida había escrito nada menos que tres volúmenes, y a título personal y no papal. Un gesto de soberano amor.
La planificación de la ventolera
El círculo se había cerrado. Ahora tocaba preparar un texto oportuno, seguir trabajando como si nada sucediera de excepcional, determinar dónde sería mejor para todos que residiera y organizar su agenda desde el momento de la notificación hasta ese 28 de febrero, dentro de nada, en el que el anillo de Pedro sería machacado como signo de que todo había acabado para este alemán de casi ochenta y seis años, teólogo eminente, dueño y señor, durante largos años del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, hombre fuerte de Juan Pablo II, hasta las discrepenacias finales, querido y temido en los plurales ambientes eclesiales, recibido con reticencias como Pontífice, pero que había sido capaz de ganarse un respeto casi reverencial cuando fue sumando medidas radicales ante los escándalos eclesiales durante todos sus días como Obispo de Roma.
Lejana quedaba ya Ratisbona, sus comentarios sobre los anticonceptivos camino de África, sus repetidas condenas al relativismo ambiental y disolvente... entre otras razones porque los creyentes e increyentes aprendieron a descubrir intenciones mucho más profundas en las palabras criticadas, intenciones que tenían que ver con el futuro de la sociedad, más allá de intereses coyunturales de moda. Había sido una rara avis este Benedicto XVI, de nombre propio Joseph Aloisius Ratzinger, un intelectual venido de Alemania que había gobernado la Iglesia intentando poner racionalidad evangélica en sus aguas turbulentas.
El misterio de la Iglesia
Es verdad, y siempre será verdad, que el viento de Dios, que llamamos Santo Espíritu, de nuevo había soplado cuándo y dónde le había dado la gana para ratificar una verdad que nosotros, creyentes, nunca deberíamos olvidar, por muchas y relevantes que sean las mediaciones utilizadas: el tiempo y los tiempos eclesiales los marca Dios en cuanto Dios por obra y gracia de su Santo Espíritu, ese viento que podemos percibir como leve brisa pero que se hace onmipotente cuando sopla en todo su esplendor. Un esplendor que es Jesucristo, nuestro único Señor, Palabra creadora, Salvador histórico y Señor de la Iglesia.
Ante tantísimo misterio, que rompe todas nuestras perspectivas humanas, sería un grave error enfrentar el futuro del papado y de la Iglesia en general desde reducidos criterios matemáticos en lugar de ponernos en manos de la plegaria humilde para que la voluntad del Señor de la Iglesia se abra camino mediante los hombres que, de tejas abajo, protagonicen los acontecimientos. Esto significa que todos entramos en estado de oración y, de paso, nos abrimos para aceptar de corazón los resultados del misterio mediatizado.
El coraje del amor
Esta historia de tan reciente ventolera eclesial queremos cerrarla con las palabras leídas por Benedicto XVI a la hora de manifestar su renuncia, porque encierran el núcleo del viento espiritual con que el misterio divino se nos ha manifestado y porque significan hasta qué punto nuestro hermano Benedicto, muy pronto un Obispo más, ha tenido el coraje del amor típico de los limpios del corazón pero además inteligentes con la sabiduría creyente:
"Queridísimos hermanos, Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia.
Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.
Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.
Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos.
Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria."
. . .
GRACIAS POR TODO, TE LLEGÓ EL TIEMPO DEL DESCANSO.©
Norberto Alcover
Periodista y Teólogo

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