
Ucrania vista desde Estados Unidos

En un artículo titulado “Cómo acabar la crisis en Ucrania”, el exministro de Asuntos Exteriores de Estados Unidos en el gobierno Nixon, Henry A. Kissinger, en The Washington Post, decía que “El debate público en Ucrania está centrado en la confrontación. Pero ¿sabemos hacia dónde estamos yendo? En mi vida, he visto cuatro guerras empezar con gran entusiasmo y apoyo público, y no supimos cómo acabarlas y en tres de ellas, lo hicimos unilateralmente. El test en política es cómo acabarlas, no cómo empezarlas”.
Para Kissinger, si Ucrania quiere sobrevivir y crecer bien, no debería estar de uno u otro lado, debería ser puente entre los antiguos bloques. Los ucranios son elemento decisivo. Viven en un país con una historia compleja y políglota. La parte occidental fue unida a la URSS en 1939, cuando Stalin e Hitler se dividieron Europa. Crimea, con el 60% de población rusa, pasó a fomar parte de Ucrania en 1964, cuando Nikita Khrushchev, ucranio de origen, se la regaló en el 300 aniversario del acuerdo ruso con los cosacos. La parte occidental es mayoritariamente católica; el este, ampliamente ortodoxo ruso. El oeste habla ucranio, el este habla sobre todo ruso.
Cualquier intento de una parte de Ucrania por dominar a la otra conduciría a una guerra civil o a la ruptura, afirma Kissinger. Tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste alejará durante décadas cualquier perspectiva de llevar a Rusia y a Occidente a un sistema internacional cooperativo. Ucrania ha sido independiente sólo 23 años. La fórmula Kissinger era: Ucrania debería elegir libremente sus acuerdos; no debería unirse a la OTAN; ser libre de crear un gobierno compatible con la voluntad del pueblo. Optar por una política de reconciliación. Rusia debería reconocer la soberanía de Ucrania sobre Crimea. El proceso debería incluir la remoción de cualquier ambigüedad sobre el estatus de la Flota del Mar Negro en Sebastopol. Pero el zar Putin se ha anexionado Crimea y ahora afronta sanciones que son más que nada un “quiero y no puedo” de occidente, para salvar la cara.©
Nieves San Martín
Colaboradora de la revista Crítica - Actualidad -.

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