Revista Crítica

Tierra prometida

Matt Damon escribe el guión e interpreta esta película que no deja de ser una singularidad en la filmografía de Gus Van Sant, un director de talento esquivo y polémico, aunque hay que reconocerle la calidad que desplegó en "Mi nombre es Harvey Milk" y "Elephant", pese al fiasco que representó su adaptación de "Psicosis".

En "Tierra prometida", Van Sant se reivindica como director en un terreno que no frecuenta: el drama rural. La cinta es una película comprometida que quiere concienciar al espectador sobre la situación de los campesinos y ganaderos estadounidenses. Damon encarna a un ejecutivo de una multinacional que llega a un pueblo con su compañero de trabajo para comprar los derechos de perforación de los propietarios de las tierras, casi todos ganaderos. Lo que ignora es que la crisis económica está haciendo estragos en la región. Eso en principio es bueno para el personaje que encarna Damon. Lo que sucede a continuación es que este hombre vivirá un proceso interior que le llevará a reconsiderar su vida cosmopolita y urbana, sólo pensando en el trabajo, inmerso en la pérdida de los valores de antaño. Estamos ante un hombre un pelín deshumanizado que quiere emprender un proceso de redención.

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Amor

Siempre hay que seguir la pista a Michael Haneke, uno de los directores más imprevisibles, complejos y hondos de la actualidad. Nos dejó tiritando con la violencia física y psicológica de "Funny Games", nos turbó con la espléndida "La cinta blanca" y nos emociona con la sobria "Amor", una película enorme a pesar de la extrema sencillez de su propuesta.

La película aborda un tema que puede ser incómodo para muchos espectadores en una sociedad en la que nos están educando a no querer ver ni la vejez ni la muerte. Pues bien, Haneke nos educa para abordarla de frente, con entereza. Los protagonistas son un matrimonio octogenario. Son profesores de música y llevan una existencia plácida. Un día, la esposa sufre un infarto y regresa a casa con una parte del cuerpo paralizado. El amor que se han tenido durante décadas se someterá a la prueba más dura de todas: la enfermedad y la muerte.

Cualquiera podría pensar que estamos ante un drama deprimente. Es justo lo contrario, ya que Haneke ofrece una lección de vida. Es una película tierna, también desgarradora, melancólica pero, sobre todo, de una honestidad y de una valentía ejemplarizantes. El talento de Haneke como director se comprueba en los pequeños detalles, en los elegantes movimientos de cámara, en los encuadres, en el ritmo sosegado, como corresponde con el argumento, en la estructura de un guión en el que no le sobra ni le falta nada, y en una espléndida dirección de actores.

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La vida de Pi

Hay directores que transitan de un género a otro con una facilidad y naturalidad que convierten sus producciones en cine de autor sin que, sin embargo, sea reconocido como tal. Eso sucede con Ang Lee, responsable de títulos tan distintos como "Sentido y Sensibilidad" y "Brokeback Mountain". Ahora regresa a las pantallas con una película atípica, que no se parece a ninguna otra y cuyo trailer es cuanto menos desconcertante pues presenta a un náufrago en una tabla con un tigre de Bengala. Esa carta de presentación despierta la curiosidad pero también puede ser disuasoria para el espectador, lo que sería una pena pues nos encontramos con una de las cintas de la Navidad y, es más que posible, de la temporada.

La adaptación del "best seller" de Yann Martel no puede ser más afortunada. Estamos ante una película que se puede definir como excepcionalmente bonita, hondamente humanista, que habla sin sentimentalismos de la relación entre el hombre y la naturaleza, y técnicamente muy compleja. Profundamente espiritual, es una reflexión sincera y emotiva sobre la existencia y sobre Dios, pero sin ejercicios de "buenismo" esteril que se queden en nada. A partir de la convivencia, aparentemente aparatosa, de un joven adolescente hindú y, en teoría, uno de los animales más peligrosos del mundo, el tigre de Bengala, Ang Lee ha dirigido un poema visual al alcance de muy pocos, con trastienda y empaque artístico, una película, en definitiva, llamada a tener varias nominaciones y varias estatuillas en los Oscar.

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Lincoln

Desde hace unos años, en correspondencia con su madurez creativa, Steven Spielberg está haciendo un repaso minucioso de los grandes hitos de la historia. Sólo hace falta recordar dos obras maestras como "Salvar al Soldado Ryan" y "La lista de Schlinder". Ahora, regresa a la gran pantalla con "Lincoln", una cinta con inequívoca vocación didáctica que le enfrentaba a un nuevo reto. Lincoln es posiblemente, junto con Kennedy, el presidente de los Estados Unidos más idealizado y el cometido de Spielberg, así lo ha declarado en multitud de entrevistas, era humanizar al mito. La cinta, cuya excesiva duración puede ser un hándicap, aborda los últimos y complicadísimos meses de mandato del presidente. Con la Guerra Civil americana viviendo sus últimos estertores, Lincoln se dispone a emprender la iniciativa por la que entró por la puerta grande en los libros de Historia, la abolición de la esclavitud.

Sin duda el filme es una lección de la trastienda de la política americana -cuyos hábitos se mantienen en el tiempode cómo Lincoln demostró ser un hábil negociador y un hombre práctico aunque persiguiese lo que entonces parece una utopía. Spielberg disecciona con acierto todo ese entramando político sin agotar al espectador, aunque a veces, justo es reconocerlo, le falta pulso y ritmo narrativo. La razón no es otra de que la película está impregnada de solemnidad, que no pomposidad, que le resta potencia cinematográfica. También Spielberg ha sucumbido a la envergadura del personaje. 

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Cesar debe morir

Son unos clásicos del cine italiano, quizá no los más populares, la sombra de Fellini todavía es muy alargada, pero sí de los más comprometidos con su arte. Bien es verdad que el cine de los hermanos Taviani no es siempre fácil de ver. El ritmo cinematográfico que imprimen a sus películas a veces es condenadamente lento. A cambio, ofrecen obras comprometidas con su tiempo, arriesgadas y valientes como "Padre Padrone", "La noche de San Lorenzo" o "Buenos días Babilonia".

"César debe morir" es una película necesaria, fresca, imperfecta sí, pero también bella en sus llamémosle incorrecciones, que no afectan al cómputo global. El cine de los octogenarios Taviani, tras algunos años en barbecho, resucita y lo hace a lo grande, sin complejos, con el mismo arrojo de siempre.

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