¿Esperanzas para los perdedores?

Reflexiones en tiempos de crisis
En estos últimos tres meses, han ido apareciendo en los teatros de Barcelona espectáculos cuyos héroes, o antihéroes, parecen salir o hundirse en el mundo de los perdedores. Algunos de estos espectáculos siguen en cartel, otros anuncian su vuelta. En ellos hay desde un clásico a una de las últimas “hornadas” de Pau Miró.
Son éstos, en el orden en que los he visto y me han ido, de algún modo, impactando.
El primero fue Shakespeare, un Coriolano frio y amargo, que carga las tintas en el descrédito de la democracia y en la aterradora demagogia de los tribunos de la plebe. En el Lliure de Montjuïc, con un reparto desigual dirigido por Alex Rigola.
En el Teatre Romea, la obra de Wajdi Monawad, canadiense de origen libanés, Incendis fue la siguiente. Y no es una historia más en torno a la guerra y su brutalidad. Esta tragedia bélico-familiar, además de su total contemporaneidad, busca un apoyo en el mito antiguo y, a mi parecer, termina demostrando que el héroe (o el antihéroe) no necesita que el sino le domine a su pesar; no, el ser humano ha demostrado que no necesita de nada para ser capaz de crear su propia tragedia y la de otros.
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Antes de escribir la crítica de este mes, quería tener un recuerdo. Un par de números atrás escribía sobre un espectáculo que me emocionó y que creo sinceramente marca un camino comprometido estética y artísticamente, augurio de una idea con la que realmente me identifico y que desde esta revista celebraba con expectación, LOS VIVOS Y LOS M(ÍOS) de TURLITAVA TEATRO. A finales del mes de enero, desgraciadamente fallecía Álvaro Tejero, joven director de esta compañía, en un fatídico accidente de tráfico. Quiero humildemente dar mis más sentidas condolencias a todo el equipo, alegrarme de que tomasen la decisión de seguir adelante ya no sólo con el espectáculo, sino con el proyecto de una gran compañía y un maravilloso grupo, y felicitarles por las nominaciones que han cosechado a varios premios como los de la Unión de Actores. Aprovecho también para animar a todos los lectores que aún no hayan asistido a sus representaciones a que lo hagan. Les aseguro que no van a salir decepcionados de algo tan especial.
XII Festival escena contemporánea

Tras las festividades navideñas, los empachos de turrón y roscón, el derroche de los regalos y viajes a ver a la familia, Madrid vuelve a ser la ciudad abierta pero no rebosante que suele ser.
Y tras las festividades navideñas, y como cada año, se programa el Festival de Escena Contemporánea en el que tenemos la oportunidad de adentrarnos lentamente en lo que algunos llaman “la minoría de la minoría”. Durante algo más de tres semanas, Madrid decora sus teatros de compañías que luchan por encontrar un hueco donde normalmente no lo tienen. Se les llama de ese modo por el teatro que proponen, ese teatro fronterizo, experimental, aventurero, que se atreve o pretende crear nuevas fórmulas, nuevas narrativas. Un teatro más poético, más limítrofe, más libre. El tipo de teatro que esquiva aquello que ya hemos visto, el teatro que decide no encontrar sino que buscar formas.
Teatro en el barrio

El barrio es el del Raval, en el distrito de la Ciudad Vieja de Barcelona. Un barrio flanqueado por el Paralelo y por el barrio de San Antonio, entre otros límites. Un barrio en el que, a simple vista, se observa una creciente población venida de fuera. Un barrio lleno de diversidad, historia, mezcla, movimiento, límites difusos…
En el Teatro del Raval, en la calle San Antonio Abad, casi en zona fronteriza, lleva meses atrayendo público y alargando su estancia, una obra de José Arias Velasco con música de Albert Guinovart que nos devuelve el género de las coplas de ciego sobre “atroces casos del bajo mundo”: La vampira del Raval.
Basada en hechos reales de 1912, esta tragedia lacrimosa, se convierte en un musical tragicómico- gótico-burlesco. La historia es esta: Enriqueta Martí, que llevaba una doble vida en dos barrios de Barcelona, en el Raval como mendiga y en Gracia como “madame”, fue hallada culpable de secuestrar niños para satisfacer los vicios de la buena sociedad; esta, naturalmente, quiso acallar el asunto sin conseguirlo.
A un lustro de distancia

Lo único que no puede hacer el teatro es aburrir
Esta frase que corre por el mundo escénico, me viene a la memoria después de ver y disfrutar del último montaje de EGOS teatre. Conocí a este grupo en el año 2007, casi al comienzo de la temporada del Versus Teatre, poniendo en escena su muy particular versión de una opereta de Gilbert y Sullivan. Acabo de divertirme con ellos en el Teatre Nacional de Catalunya, con su particularísima versión, en clave musical, del cuento de Oscar Wilde, El crimen de Lord Arthur Savile. ¡Qué carrera llevan estos chicos!
Y qué fidelidad a la formación del grupo. Las mismas personas que gestaron el primer espectáculo como un taller de final de carrera en el Instituto del Teatro, en la modalidad de teatro musical y que se lanzaron despues a los escenarios, son los mismos nombres que forman el núcleo de este último espectáculo. Sólo una variante: Francesc Mora, pianista y único músico en Rudigore, ahora se ve acompañado por ocho músicos más.