
Necesitamos testigos

Apropósito del Año de la Fe1 proclamado por el Papa Benedicto XVI, realizamos este número monográfico en el que hemos unido la fe y la justicia por ser ambas dos categorías indisolubles. Y mientras lo preparábamos, vio la luz, el pasado 29 de junio, la primera encíclica del Papa Francisco, Lumen Fidei, "La luz de la fe", que ha sido escrita a "cuatro manos" junto al papa Benedicto.
Ya en la encíclica Porta Fidei el Papa emérito escribía: Ser cristiano no es algo de quita y pon o algo para ocasiones especiales, sino que abarca toda la vida y envuelve todo lo bueno que hay en la sociedad moderna. Por eso, es necesario que el estilo de vida de los creyentes sea creíble y convincente cuanto más difícil sea la situación en la que se encuentren... Y el Papa Francisco subraya en la nueva encíclica: La fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha de la palabra de Dios y está destinada a convertirse en anuncio (...) La fe está al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. Sin embargo, los cristianos llevamos muchos siglos de una religiosidad incapaz de impedir que la humanidad transite por tenebrosos caminos, quizá por haber privilegiado la ortodoxia sobre la ortopraxia, es decir, la creencia en dogmas de todo tipo y ritos secundarios por delante del seguimiento radical de Jesús. Tanto nuestras teóricas creencias como nuestros comportamientos escasamente evangélicos han sufrido, como en otras religiones, la carcoma de la indiferencia y del secularismo. Es urgente convencernos como creyentes de que si nuestras vidas no son singulares, nuestras palabras a propósito de nuestra fe serán vacías.
La fe es una experiencia de Dios que no podemos confundir con lo religioso. Las religiones pertenecen al mundo de la creencia, es decir a una manera de pensar, mientras que la fe es experiencia personal de encuentro con Dios en Jesucristo y eso cambia la vida entera, por tanto tiene más que ver con una manera de ser que me insta a un modo de obrar.
Pero la expresión de mi fe, que es una experiencia personal, tiene su conexión con un contexto cultural, histórico y religioso que determina la propia comprensión del don que se me ha regalado. De entrada está mediatizada por una cultura a la que pertenezco, una familia, unos estudios... Mediatizada por una determinada Iglesia que me transmitió y explicó el Evangelio, que me transmitió una tradición moral, que me hizo respetar unas tradiciones, que me orientó hacia un modo de celebrar la fe, etc. Todo esto también forma parte de mi fe, está adherido a mi experiencia personal de encuentro con Dios, aunque las creencias adheridas a la fe son cambiantes y dialogan con la cultura de mi tiempo. La fe, así entendida como experiencia de Dios y sistema de creencias recibidas, necesita mediaciones culturales para ser expresada, necesita de la inculturación. Lo peligroso es confundir la fe con sus mediaciones porque es posible que terminemos absolutizando éstas últimas dando lugar a uno de los grandes problemas del mundo actual: los fundamentalismos religiosos.
Para los cristianos, la justicia es una categoría enraizada en la fe, que se nutre de ella. La experiencia de la cercanía de Dios a través de Jesús de Nazaret, implica también la cercanía del Reino y la convicción de que el Dios de la Cruz es el Dios de las víctimas: de los pobres, de los que lloran, de los hambrientos, de los perseguidos por la justicia.
A los cincuenta años de Concilio Vaticano II, sin embargo, se constata que no se ve mejor que entonces la vinculación estrecha entre fe y justicia. Nuestra cultura individualista y la tendencia a reducir la fe al ámbito de lo privado hace que se imponga una sensibilidad espiritual que mira en exceso a la interioridad. Pedimos a lo religioso que de sentido a nuestra vida, que nos ayude a solucionar nuestros problemas, a disipar nuestras preocupaciones y conflictos... Vivimos una religiosidad terapéutica y muy individualizada, extremadamente pragmática, encaminada a que lo religioso satisfaga las necesidades propias y solemos mirar hacia otro lado ante las desigualdades, ante el infinito dolor de nuestro entorno, ante un mundo que se desangra por la pobreza, lo que nos incapacita para la indignación y por tanto ahoga de raíz el movimiento compasivo hacia el otro y la solidaridad efectiva.
La fe es siempre liberadora, por tanto no puede expresarse en espiritualidades desencarnadas. La fe nos hace audaces, nos hace asumir riesgos... Esta es la razón por la que los primeros cristianos llamaban "paganos" a los que no tenían fe. Pagano (paganus en latín) era un término de la jerga militar que significaba "civil", que designaba a los "no combatientes", a aquellos que se negaban a luchar.
Necesitamos testigos. El testigo comunica lo que vive. Habla de lo que le ha pasado a él en el camino. Dice lo que ha visto cuando se le han abierto los ojos. Ofrece su experiencia, no doctrina. No enseña teología, «hace seguidores» de Jesús.©
Manuela Aguilera
Directora de la revista Crítica
1. El año de la fe comenzó el 11 de octubre de 2012 y finalizará el 24 de noviembre de 2013.