
Una sociedad depresiva, un ser humano miope

La sociedad actual está aquejada de una profunda crisis de esperanza que los expertos califican como la sociedad depresiva. Estamos apesadumbrados. Y la recesión, el paro, la inseguridad, el individualismo no son razones suficientes para explicar este abatimiento de ánimo. El sentimiento depresivo de la sociedad contemporánea hunde sus raíces más profundas en una crisis de sentido. Hoy, las personas se encuentran, como nunca antes, solas consigo mismas, en una sociedad que les hace creer que pueden decidir únicamente en nombre de su experiencia, de sus exigencias subjetivas. El actual universo cultural nos quiere dar a entender que todo nos es posible, que vivimos en un mundo sin límites y que cada cual puede decidir según sus deseos. La sociedad consumista, por su parte, desvirtúa el sentido de la felicidad haciendo creer que se encuentra en el consumo, la posesión de bienes y la satisfacción inmediata. Favorece una confusión entre la felicidad y el bienestar que no son, obviamente, lo mismo. La conciencia generalizada de crisis es el re sultado de los espectaculares cambios sociales a los que asistimos, de las nuevas formas de relacionarnos, de las ideologías que se desmoronan y hasta de la distorsión del hecho religioso. No es extraño, por tanto, que el ser humano, hoy, se asuma en la más radical vivencia de vacío.
En un mundo sin límites, la angustia, los estados depresivos y de ansiedad no están lejos de ir en aumento. Las personalidades actuales, enfermas de subjetivismo, corren el riesgo de vivir en un universo idealista y desencarnado en el que impera la lógica de la impotencia. El ser humano moderno necesita competir porque se siente insatisfecho y desea controlar porque se siente atemorizado, ávido de seguridad y de certezas. Incapaz de comprender que la verdadera seguridad es la aceptación de la inseguridad sobre la que nuestra propia vida se construye. Carl Jung, muy acertadamente, citó estas palabras de Ochwiay Biano, dirigente indio de Nuevo México: Los blancos tienen caras tensas, miradas fijas y una conducta cruel (…). Están siempre incómodos e inquietos. No sabemos qué quieren. Creemos que están locos1. Efectivamente, la identidad contemporánea trata de apaciguar su locura y su vacío tratando de llenar con objetos y fantasías su hastío existencial. Sin embargo, lo mejor de la magnífica posibilidad que es vida nos invita constantemente a ser alcanzado: el amor, la libertad, la belleza, la alegría, la generosidad… Lo malo es que nuestra persistente miopía nos impide percibirlos como sumandos que nos plenifican, absortos en lo accesorio y su falsa prioridad: dinero, prestigio, fama, triunfo, imagen, posición social… Cosas todas que a la larga revelan su menuda dimensión, después de haber amargado, agobiado y deprimido la biografía de quienes las consideraban esenciales.
La cadena más acerada e irrompible es aquella que nuestro propio “yo” nos echa al cuello. Para acabar con la sociedad depresiva que nos acosa es necesario desvincular el bien-estar del mucho-tener. Abraham Maslow descubrió que todas las personas que el denominaba autorrealizadas estaban dedicadas “a alguna tarea fuera de sí mismas”, tarea a la que amaban y se entregaban “de forma apasionada y desinteresada”. También Ghandi resaltó que “el poder basado en el amor es mil veces más efectivo y duradero que el poder derivado de cualquier miedo”: miedo a no conseguir la felicidad, miedo a los más próximos, miedo a la insatisfacción, miedo a la pequeñez propia... Erich Fromm escribía en la última página de su Arte de amar: “el amor es la única respuesta sensata y satisfactoria al problema de la existencia humana”. Y hasta Joan Maragall expresó la misma intuición hace cien años: “Amar, esto es la vida. Amar hasta el punto de poder darse por el amado. Poder olvidarse de uno mismo, esto es ser uno mismo; poder morir por algo, esto es vivir…”. El verdadero bienestar, en definitiva, es estar bien con uno mismo. La felicidad, el equilibrio, quizá consista en preservar el propio yo, no otro. Aceptarse reflexiva y humildemente tal como se es. Dejar de aspirar a ser alguien, o a ser mejor, o a llegar el primero, porque es posible que lleguemos, pero sin nadie a nuestro lado, aplazadas las tareas de la amistad y del amor. A la felicidad, o a sus cercanías, nunca se llega a solas. Este es el camino por el que ha de transitar esta cansada y hastiadísima sociedad para que de una vez por todas se tropiece de bruces con la esperanza. ©
1 Jung, Carl. Recuerdos, sueños, pensamientos. Seix Barral. Barcelona 1999
Manuela Aguilera
Directora de la revista Crítica

Emociones que nos rompen: Ansiedad y depresión
Número dedicado a la salud mental, la ansiedad y la depresión. La sociedad depresiva, el sufrimiento, la culpa y muerte como causas. Aspectos patológicos, claves para manejar la ansiedad, los trastornos en la infancia y adolescencia, consecuencias psicológicas del desempleo.
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