Somos como un espejo

Ya les anunciábamos en el anterior número de Crítica (julio - agosto 2009) nuestra intención de hacer un segundo monográfico, continuación de aquél, sobre los jóvenes. El número que tiene entre sus manos ha centrado sus contenidos en la construcción de identidades, grupos juveniles, sexualidad, estilos de vida, ocio, consumo...
Los jóvenes no dejan de preocuparnos. Y han ocupado, como en muchas otras ocasiones las portadas más escabrosas de este verano. "Que mal está siempre la juventud", así titulaba El País del 15 de septiemre uno de sus análisis, con motivo de los brotes de agresividad surgidos en Pozuelo, un pueblo acomodado de los alrededores de Madrid, donde una avalancha de chicos y chicas que se encontraban en pleno botellón agredió a un grupo de policías que rodeados tuvieron que pedir refuerzos. La marea juvenil dejó tras de sí decenas de coches quemados, cristales de comercios rotos, botellas voladoras, 46 heridos, 22 detenidos y ríos de tinta sobre si los jóvenes son ahora más o menos violentos que en décadas pasadas... sobre si la degradación cultural de nuestra sociedad es ahora mayor... en fin, como si los jóvenes de los años cuarenta hubieran ido leyendo a Kant en el tranvía. No me pronunciaré sobre algo en lo que ni siquiera expertos educadores y psicólogos se ponen de acuerdo.
¿Qué les pasa a los jóvenes?

Los jóvenes y “lo joven” está de moda. Asistimos a una imparable “juvenilización” de la cultura. Los jóvenes imponen sus formas de hablar (aunque no vayan a creer que son tan novedosos, ya en El Quijote, la condesa de Trifaldi, ante el encantamiento que padece –una copiosa barba–, en un momento se lamenta de su suerte exclamando: “¡Guay de nuestra ventura!”. Y hasta San Juan de la Cruz, que en la prisión de Toledo sufrió las vejaciones y envidias de sus compañeros por su empeño en reformar la orden carmelita, en un momento de indignación escribió: “Paso de ellos”)... Y ejercen, también, sus pequeños poderes. Uno de ellos, es el poder adquisitivo. En general, los jóvenes disponen cada vez de más dinero y tienen el tiempo para gastarlo. En Europa, los escolares adolescentes consumen alrededor de 1.100 millones de euros en ropa, cosméticos, snacks, refrescos y alcohol. Desarrollan preferencia y fidelidades por ciertas marcas y productos a edades cada vez más tempranas. Además, la influencia de los hijos en las decisiones de compra de sus padres es un fenómeno evidente. En los Países Bajos, un 67% de los adolescentes entre 12 y 14 años participa en la decisión sobre el lugar de vacaciones, un 15% en la elección de la marca y el modelo del coche familiar, un 33% en la del nuevo ordenador y más del 60% en la elección de los artículos de consumo cotidiano (jóvenes 2005, Qrius1).
El tejido de Penélope

La violencia contra las mujeres ha sido una constante a lo largo de la historia. Tratamos de interpretarla y de buscar soluciones, pero si no buscamos en sus raíces, si no desentrañamos las verdaderas razones que la generan, todo será inútil. Secularmente, la sociedad patriarcal siempre ha interpretado la violencia de género de forma estúpida, como si se tratase de casos aislados o patológicos de quienes la ejercen y no como un problema social de fondo. Durante el año 2008, setenta mujeres fueron asesinadas por sus parejas o sus “ex”. Pero la opinión pública española sigue sin considerar “el asesinato de género” como un problema prioritario. Aún se mantiene un cierto grado de tolerancia, encubrimiento, exculpación… o simplemente desinterés como demuestra la última encuesta del CIS1, en el que a la pregunta “Principal problema que existe actualmente en España”, los encuestados contestan por este orden: el paro, la economía, la inmigración, el terrorismo, la clase política... y en vigésimo tercer lugar la violencia de género.
Nacionalismos

La cuestión de la articulación territorial del Estado es una de las principales cuestiones no resueltas de la España del siglo XXI. Pese a que supuso un avance muy sustancial la instauración del estado de las autonomías por la Constitución de 1978 y su desarrollo posterior, lo cierto es que el mayor riesgo que amenaza la convivencia y la estabilidad institucional en España tiene como causa las tensiones entre nacionalismos, tema que consume una gran parte de las energías colectivas, condiciona ampliamente la agenda política, genera constantes tensiones sociales y nos hace vislumbrar un futuro preñado de incertidumbre.
En España coexisten nacionalismos democráticos históricos y nacionalismos democráticos emergentes junto a nacionalismos de confrontación (ese nacionalismo que piensa habitualmente que la mejor forma de imponer una idea es movilizar a unos contra otros). Hoy, los nacionalismos periféricos hablan con más claridad que nunca del derecho a decidir, de autodeterminación o de independencia. De otro lado, desde el nacionalismo español también se enfatizan posiciones cargadas de prejuicios emocionales y frecuentemente existe el empeño de considerar al nacionalismo como propiedad de “otros” atribuyéndole signos amenazantes y peligrosos. Como si no existiese, también, un nacionalismo democrático español, siempre omitido, incluso negado, pero vivo.
Dejarse mirar

¿Por qué un número monográfico sobre la compasión? ¿De dónde parte la necesidad de escribir –como decía Leon Tolstoi– sobre una de las más hermosas facultades del alma humana? Con demasiada frecuencia encontramos en la calle a personas pasando necesidad, pidiendo ayuda en cualquier esquina de cualquier calle. Personas a las que no conocemos, de las que incluso sospechamos (y con razón) que pueden ser presas de mafias, o explotadores de niños, o múltiples sinvergüenzas que hasta alquilan en la calle los mejores puestos para mendigar… Y como vivimos sin conocernos, hemos preferido crear lugares especializados para canalizar nuestra ayuda (ONGs, servicios sociales…), lugares que creemos ayudan responsablemente… Pero también aquí nos asiste la duda: ¿estamos colaborando al asistencialismo o a una verdadera promoción de las personas…? Y aún más, nos preguntamos de qué forman ayudan estas asociaciones… ¿cuál es su modus operandi? Porque sólo dar, es una actividad unidireccional, en la que la mano que da siempre está por encima de aquella que recibe. Ayudar así no genera dignidad ni en el uno ni en el otro. Deshumaniza, perpetúa la exclusión. Si deseamos una sociedad de iguales más vale que afinemos también a quién confiamos nuestra ayuda.