Crítica cumple 100 años

Hace exactamente 10 años, en el año 2003, yo misma titulaba el editorial de la revista correspondiente al mes de octubre: ¡Crítica cumple 90 años! Lo que me parecía, desde el punto de vista periodístico, un hecho insólito y un privilegio reservado a muy pocos medios de comunicación en nuestro país y en Europa. No imaginaba que transcurridos esos años también tendría la suerte de dirigir la revista en su año centenario.
Efectivamente, la revista Crítica nació el 5 de octubre de 1913, en Linares, pueblo jiennense donde se editó por primera vez con el nombre de Boletín de las Academias de Santa Teresa. Su fundador, Pedro Poveda Castroverde, humanista cristiano, sacerdote, pedagogo y fundador de la Institución Teresiana, preocupado por la renovación del pensamiento y la acción cristiana, edita el Boletín, una revista primero semanal, después mensual y en los últimos años bimestral, que ahora llega con el nombre de CRÍTICA a sus 100 años de presencia en el mercado de los medios españoles.
Durante los tres primeros años de vida del Boletín, Pedro Poveda fue el director, jefe de redacción, responsable económico de cada uno de sus números y hasta su multicopista. Flavia Paz Velázquez, su biógrafa, cuenta que él mismo realizó materialmente los primeros ejemplares y que su madre, doña Linarejos, le confeccionó unos manguitos de tela de esos que protegían los puños hasta los codos para que el joven Poveda no se pusiese la sotana perdida de tinta al manejar las planchas de impresión... Pero lo que realmente nos atrapa al releer aquellos números es el brío, la pasión y la libertad con la que escribía sus artículos. Las problemáticas que aparecían en las páginas del Boletín eran muy amplias: la necesidad de trabajar por la cultura popular de las obreras, temas filosóficos, temas antropológicos sobre la mujer, crónicas sobre la vida familiar y cultural de las Academias que iba fundando... Con una calidad y variedad de firmas sorprendente: al lado de un artículo de Yanguas Messía, por entonces catedrático de la universidad de Valladolid que en su erudición manejaba a Ibsen o a Zimmel, podemos encontrar sencillas colaboraciones de una maestra o el tono entusiasta de una alumna de la Escuela Superior del Magisterio. Pero sobre todo, encontramos temas que para su tiempo eran sorprendentemente avanzados, especialmente los relativos a la mujer y a las asociaciones femeninas católicas. En este campo destaca la firma de María de Echarri, la primera voz femenina que se dejó oír en la Semanas Sociales españolas, que mantuvo amistad con Pedro Poveda desde sus años de Covadonga y colaboró con él en algunos de sus proyectos sociales.
Necesitamos testigos

Apropósito del Año de la Fe1 proclamado por el Papa Benedicto XVI, realizamos este número monográfico en el que hemos unido la fe y la justicia por ser ambas dos categorías indisolubles. Y mientras lo preparábamos, vio la luz, el pasado 29 de junio, la primera encíclica del Papa Francisco, Lumen Fidei, "La luz de la fe", que ha sido escrita a "cuatro manos" junto al papa Benedicto.
Ya en la encíclica Porta Fidei el Papa emérito escribía: Ser cristiano no es algo de quita y pon o algo para ocasiones especiales, sino que abarca toda la vida y envuelve todo lo bueno que hay en la sociedad moderna. Por eso, es necesario que el estilo de vida de los creyentes sea creíble y convincente cuanto más difícil sea la situación en la que se encuentren... Y el Papa Francisco subraya en la nueva encíclica: La fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha de la palabra de Dios y está destinada a convertirse en anuncio (...) La fe está al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. Sin embargo, los cristianos llevamos muchos siglos de una religiosidad incapaz de impedir que la humanidad transite por tenebrosos caminos, quizá por haber privilegiado la ortodoxia sobre la ortopraxia, es decir, la creencia en dogmas de todo tipo y ritos secundarios por delante del seguimiento radical de Jesús. Tanto nuestras teóricas creencias como nuestros comportamientos escasamente evangélicos han sufrido, como en otras religiones, la carcoma de la indiferencia y del secularismo. Es urgente convencernos como creyentes de que si nuestras vidas no son singulares, nuestras palabras a propósito de nuestra fe serán vacías.
La familia o la necesidad de andar por casa

Desde que el 22 de junio de 1981 el Parlamento español aprobara la famosa ley del Divorcio, más de 1,2 millones de matrimonios se han disuelto y, en el imaginario colectivo, la familia se ha convertido en "las familias". Uniones de hecho, familias mono parentales, familias reconstituidas con terceros (nuevas uniones tras las rupturas), familias formadas por personas del mismo sexo (matrimonio que fue aprobado en nuestro país en 2005) y todo un variado bufé para significar ese nuclear grupo de personas para quienes lo único relevante es el amor, la vida compartida y la lealtad entre sus miembros.
No se trata ahora de debatir los méritos de los distintos sistemas familiares, sino de constatar su existencia. Además, en un momento de profunda crisis de las instituciones (sindicatos, partidos políticos, modelo de Estado etc.), de los valores y de la sociedad misma, en medio de una devastadora crisis económica, la familia brilla más que nunca en la vida de los españoles, como la institución más sólida y digna de confianza, en todas sus formas y variedades, resultando ser un cortafuegos eficaz contra los estragos del desempleo, la falta de oportunidades de los más jóvenes y la casi inexistencia de prestaciones sociales para los ancianos.
Desde mi teclado

El 93% de los internautas españoles tienen una cuenta activa en al menos una red social. Por encima de los ordenadores, comienzan a imponerse los móviles Smartphone (67% de usuarios) y las Tablets (56%) como los dispositivos más usados. Facebook sigue siendo la red líder absoluta de las redes (83%) seguida de Twitter (42%), Tuenti (27%) y Google+ (27%). Redes sociales generalistas (Facebook, twitter, Google+), profesionales (Linkedin), cerradas o abiertas, se van instalando en nuestra vida y las utilizamos cada vez más para relacionarnos, informarnos, compartir lo que sabemos o ignoramos... Lo que llamamos virtual no se entiende, en este contexto, como irreal, falso o ilusorio. No se trata de sustituir lo real, sino de aumentar la realidad mediante la tecnología, lo que permite un tipo de socialización diferente, otra forma de interacción social, un viaje inédito que el ser humano ha decidido emprender sin que se sepa aún cómo acaba. Por eso nos referimos a las redes sociales como "nuevos ambientes", "entornos", "nuevos territorios", "el sexto continente", etc., para indicar que ya son un espacio más de nuestras vidas. Las redes sociales están cambiando la forma de comunicar, los modelos de comunicación y los lugares donde ésta se produce. Estamos pasando de los medios de comunicación de masas a una masa de comunicadores que son emisores y receptores de información al mismo tiempo.
La sociedad no quiere ser anónima

Las profundas reformas que se están llevando a cabo en España demuestran que la crisis que vivimos es un proceso de transformación de gran calado. Y sólo podremos dar respuestas eficaces a lo que nos preocupa si partimos de un diagnóstico lo más acertado posible de sus causas, no sólo de las más inmediatas sino de las estructurales, es decir, de las que tienen relación con los procesos socioeconómicos y culturales más profundos y que, precisamente por ello, suelen quedar más ocultos al análisis necesario para poner en marcha soluciones. Por eso, comienzo este editorial recomendando a nuestros lectores repasar el número de Crítica titulado Una España empobrecida1. El número que tiene entre sus manos es continuación de aquél, pero habiendo dado un paso más: ofrecer desde diferentes perspectivas las posibilidades que se van perfilando como alternativas a un sistema que ya no sirve si queremos evitar que esta crisis ponga en peligro definitivamente el futuro de la humanidad y del planeta entero.
Según Juan Torres López2, desde los años setenta hasta ahora hemos vivido alrededor de 130 crisis. Lo novedoso de ésta en la que nos encontramos es la inestabilidad financiera –algo que no había sucedido en los treinta años precedentes– y que su magnitud y extensión afectan a todo el planeta. Por lo tanto, es preciso ser conscientes de que nos enfrentamos a una crisis más profunda, compleja y duradera de lo que el discurso político, económico y de los medios de comunicación nos permiten vislumbrar. Estamos ante una crisis que es al mismo tiempo económica, financiera, laboral, social, política, ecológica, climática, energética, alimentaria, democrática, institucional, ética, existencial, etc. Estamos viviendo una época de crisis múltiples que se superponen las unas a las otras y se refuerzan mutuamente, hasta tal punto, que hablamos de una crisis sistémica, es decir que afecta al conjunto del sistema socioeconómico y cultural vigente, e incluso una crisis de valores y de civilización. En esta ocasión, no nos encontramos en un interludio que restaurará a golpe de sacrificio el mundo que conocíamos antes. Se está configurando un nuevo modelo social, ante la mirada atónita de una ciudadanía condenada a padecer pasiva y anónimamente las consecuencias de un empobrecimiento progresivo, una sociedad ninguneada a la que no se le otorga más protagonismo que ser convidada de piedra, pero en la que poco a poco va arraigando una ola de indignación que le permite tomar conciencia de que el futuro del ser humano depende cada vez más de sus propias decisiones.