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La Ecología, una ciencia para nuestra sociedad

Escrito por: Ana Jesús Hernández
Julio - Agosto 2012

Cuando hace ahora 40 años terminaba mi carrera universitaria y comenzaba meses después a ser profesora de Ecología en la universidad de Salamanca, poco se sabía que desde 1968 se había consolidado la Ecología como una nueva área del conocimiento científico, según la UNESCO. Una ciencia, nacida un siglo antes de esa fecha, que serviría ya desde mayo de ese año (mayo del 68), también para definir una ideología nueva del mundo contemporáneo, el ecologismo. Y así, en menos de medio siglo, la ecología ha ido penetrando en la sociedad, tanto en el sistema educativo, desde la enseñanza universitaria a la enseñanza básica y obligatoria, como en la educación no formal (educación popular), además de en otras esferas políticas y sociales.

Probablemente el auge social de la Ecología, más que de otras de las denominadas experimentales, se deba al nacimiento del concepto “medio ambiente”, surgido y comenzado a divulgarse precisamente en la primera Conferencia de Naciones Unidas en 1972 acerca de la primera gran crisis industrial (crisis del petróleo). Y, aunque dicha conferencia mundial fue sobre el “medio humano”, ha pasado a la historia como la “conferencia del medio ambiente”. Y tanto sigue repercutiendo en nuestra sociedad, que hablamos de Río + 20, cuando quizá podíamos hablar también de “Estocolmo + 40”.

Lo cierto es que fueron los ecólogos, los científicos o investigadores en Ecología, los que solicitaron a la ONU hablar de los graves problemas a los que nos enfrentábamos, por el abuso despiadado de los recursos naturales y, por tanto, del deterioro de los ecosistemas.

El auge de la ciencia ecológica

La Ecología comenzó pues a ser mundialmente conocida ahora hace 40 años. Una ciencia que comenzaba llamando la atención a todos los gobiernos del planeta, acerca del camino hacia el precipicio de la civilización industrial con ojos puestos solamente en el crecimiento económico sin respetar la Naturaleza. Una voz que sigue hoy levantándose (Río + 20), pero no ya sólo desde los y las profesionales de esta ciencia, sino desde una creciente concienciación social acerca de la problemática referida. Sin duda, la Ecología está ya en las entrañas de nuestra sociedad, aunque cueste comprometerse en serio con la implicación de sus enseñanzas.

Y no sólo desde la dimensión aludida, en relación a la lucha contra los graves problemas ambientales, sino desde la investigación para comprender las respuestas a los estreses que sufren los ecosistemas (contaminación), y tratar de su restauración (salud de ecosistemas), los ecólogos y ecólogas seguimos trabajando. Pero muchos de nosotros nos identificamos con la idea de que la ecología, más allá de su tradicional enfoque de estudio de los ecosistemas, puede ser considerada como una “filosofía de la vida” como argumentaba el ecólogo Ramón Margalef. Y es que la Ecología muestra que toda la vida está interconectada.

No pretendemos desde estas páginas más que dar un apunte para el acercamiento a lo que podríamos llamar la dimensión más social de esta ciencia. Disculpen las lectoras y lectores versados en Ecología, algunas matizaciones terminológicas alusivas para una mejor comprensión de nuestro propósito.

La Ecología y sus relaciones con el ecologismo

La Ecología es una de las ciencias biológicas que trata del estudio del nivel más complejo de organización de los seres vivos (ecosistema). Una organización de la que son responsables las poblaciones y comunidades formadas por todos los organismos en nuestro planeta. Es así una ciencia de las relaciones interactivas entre los seres vivos con su medio. Pero también la Ecología es una de las importantes ciencias medioambientales, porque sin el conocimiento de los ecosistemas, no es posible comprender una gestión adecuada de los servicios que ellos nos proporcionan para nuestra propia vida. Por estas razones suele ubicarsela también en las denominadas “ciencias de la vida y ciencias de la tierra”.

Sin embargo, los términos de “Ecología” y de “medio ambiente” no significan lo mismo, aunque se está empleando el adjetivo “ecológico” como sinónimo de “ambiental o de medioambiente. Es verdad que la Ecología y el medio ambiente tratan de sistemas (un sistema es un conjunto de elementos en interacción). Pero el medio ambiente no es una ciencia, sino un sistema de componentes físicos, químicos, biológicos y sociales capaces de causar efectos adversos directos o indirectos sobre los seres vivos y las actividades humanas. Conforma, no obstante, una unidad de estudio compleja porque integra los tres núcleos epistemológicos conocidos: inerte, biótico y comportamental, y ello es lo que hace que se introduzca en muchas ciencias sociales, no sólo de la naturaleza.

Diremos que los términos de “ambiente”, “medio” y “entorno” tienen diferentes significados. Así, se habla de “ambiente familiar”, o de “ambiente educativo” para tener en cuenta los factores que influyen en la familia o en la educación respectivamente.

Pero eso no es “medio ambiente”. Cuando se habla de “medio”, en español se hace sinónimo de “medio natural”; es decir, donde puede desarrollarse vida, aunque los organismos estén mas ubicados en uno que en otro de estos medios. Por eso hablamos de medio atmosférico (aire, no toda la atmósfera), medio acuático (no toda la hidrosfera), o de medio edáfico (suelo, pero no toda la litosfera). Por último, decir que se considera “entorno” a todo lo que rodea un organismo.

Resulta muy conocido el referirnos a que una cosa es la sociología y otra el socialismo, para tratar de explicar a la gente que la Ecología no es el ecologismo. El movimiento ecologista se inspira en la información proporcionada por los ecólogos y de ahí su nombre (y los equívocos: ecólogo no es igual a ecologista), pero utiliza también otras fuentes de información que tienen poco que ver con la ciencia ecológica. Incluso, podríamos hablar del ecofeminismo, desarrollado a partir de diversos movimientos sociales: feminista, pacifista y ecologista y que propugna la necesidad de una nueva cosmología y una nueva antropología, econociendo que hay importantes puntos en común entre la represión de la Naturaleza y la represión de la Mujer y se hace necesario reconocer esa relación.

El paradigma ecológico como paradigma emergente en nuestra sociedad

Según el antiguo paradigma (cartesiano, newtoniano o baconiano), en cualquier sistema complejo podía entenderse la dinámica del conjunto a partir de las propiedades de las partes. Desde esta perspectiva nunca es posible comprender la dinámica de un ecosistema, ya que la relación entre las partes (comunidades de poblaciones vegetales, animales y de microorganismos) y el conjunto, es una red de relaciones inseparables. Ello dio lugar a proponer un nuevo paradigma en el que las relaciones entre partes o componentes de un conjunto como un todo, son el objeto de estudio. Así, las propiedades de esa entidad sólo pueden ser entendidas a partir de la dinámica del conjunto. Esto es el “paradigma ecológico” que, en definitiva, no es otra cosa que el lenguaje de los sistemas complejos y auto-organizados, como son todos los sistemas ecológicos, pero también muchos de los sistemas sociales.

Y es que la Ecología muestra que toda la vida está interconectada. Y por ello hablamos también del “ecoparadigma”, al que se refieren algunos autores como “paradigma sistémico”, “holístico o global”, incluso como “paradigma relacional”. Es un hecho que estamos asistiendo a la confluencia de términos debido a la repercusión de este paradigma en las ciencias, implicando todavía confusiones entre ecosistémico como sinónimo de sistémico.

Todo lo que tienen en común las Ciencias de la Vida, las Ciencias de la Tierra y del Medio Ambiente o las Ciencias de la Educación, es que todas ellas tratan de sistemas complejos. Hoy sabemos que para abordar el conocimiento científico de realidades complejas y globales (el mundo, la tierra, los problemas ambientales, el barrio…), es preciso clarificar el enfoque sistémico. Diremos al respecto y de forma sintética, que la estructura de un sistema (es decir, la relación entre sus componentes), y los flujos funcionales, son interactivos. Esto implica el que se puede crear algo nuevo; es decir que hay evolución. Por otra parte, cualquier sistema tiene unas propiedades responsables de la organización del mismo. Las más importantes son: homeostasis (autorregulación), estabilidad, comportamiento adaptativo y complejidad.

No sólo reconocemos que las relaciones entre las personas y la naturaleza cobran mejor compresión desde los conocimientos de los sistemas ecológicos. Sino que además, la Ecología nos viene acostumbrando desde las últimas décadas a ver el ser humano con esa visión global y holística que necesitamos frente a la realidad. El holismo no significa la suma de las partes, sino la captación de la totalidad, una y diversa en sus partes, pero siempre articuladas entre sí dentro de la totalidad y constituyendo esa totalidad. Esta cosmovisión que nos da el aprendizaje de la ciencia ecológica despierta en el ser humano la conciencia de su funcionalidad dentro de esa misma totalidad. Por ello, el paradigma aludido es adecuado para el desarrollo y progreso de nuestra sociedad.

Ecodesarrollo, desarrollo sostenible y sostenibilidad

Nos hemos pasado en el uso de los recursos naturales, en la ocupación de espacios de gran valor natural, en la transformación de ecosistemas y en la emisión de residuos. Y hemos desembocado en cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación de suelos, atmósfera y aguas, erosión y desertificación.

¿Por qué necesitamos otro tipo de desarrollo decían ya los ecólogos antes de la Conferencia de Río hace ahora 20 años? Porque existe una desvinculación entre calidad de vida y uso de recursos naturales. Es decir, que el aumento de la calidad de vida y del “estado de bienestar” van unidos hasta la fecha, a la disminución de los recursos naturales no renovables y a la contaminación de muchos medios de vida.

Una corriente de pensamiento recogió gran parte de las críticas al concepto de desarrollo/ crecimiento desde finales de los años setenta, y se acuñó la expresión de “ecodesarrollo”. Esta noción deriva del concepto de ecosistema. El término abarcó tanto el sistema natural como el contexto socio-cultural y reconoció el fenómeno de diversidad que sugiere una pluralidad de soluciones a la problemática del desarrollo. El ecodesarrollo postuló la organización de las sociedades en función del uso racional de sus respectivos ecosistemas, los que se valorizan por la adopción de tecnologías adecuadas para la gestión de los mismos (tecnologías limpias o verdes, por ejemplo).

Esta nueva concepción dio paso a la denominación de “desarrollo sostenible” implicando un equilibrio dinámico entre mantenimiento- sostenibilidad y transformación-desarrollo. No es teoría nueva de desarrollo, sino la expresión de un deseo razonable, de una necesidad imperiosa.

Pero esta terminología fue cayendo en desuso durante los siguientes años a la celebración de la Conferencia de Río, debido a un uso excesivo de la misma sin respetar su profundo significado, y por pensar muchos políticos y empresarios que no se podían explotar los recursos naturales. Con lo que se comenzó a hablar de “sostenibilidad”, si bien éste era ya un concepto ecológico: la sostenibilidad de un ecosistema está relacionada con la facultad para mantener su productividad a través del tiempo, afrontando las restricciones ecológicas a largo plazo y las presiones socioeconómicas. Se conserva así la integridad ecológica, que es la condición de un ecosistema en la cual la estructura y función del mismo no varía por los estresores (contaminantes) inducidos por la actividad humana, así como que la biodiversidad y procesos que soporta, puedan persistir. La idea clave de servicios que nos dan los ecosistemas es hoy fundamental para comprender las interacciones económicas de la ciencia ecológica hoy.

Estamos pues hablando de un desarrollo que no sólo asume principios ecológicos, o que sólo respeta la tierra y los seres vivos, sino que favorece el desarrollo de vínculos personales de los seres humanos con la Naturaleza. Pero no es suficiente respetar a la Naturaleza porque se nos obliga a ello. Hace falta, sobre todo, recrear una verdadera acción armónica con ella, base indispensable para la acción ecológica en lo cotidiano de nuestra sociedad actual. ©


Ana Jesús Hernández

Profesora Emérita. Departamento de Ecología. Universidad de Alcalá.


 

 

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