
La crisis ambiental y la deuda ecológica

Ahora que tan familiarizados andamos con el término crisis, suele olvidarse que hace ya bastantes años, y desde presupuestos ecológicos, veníamos hablando de otra crisis, la ambiental, si bien la experiencia ha demostrado que noestaban tan lejanas, ni en el tiempo ni en el origen: el medio ambiente y sus alteraciones no son sino un formidable indicador del modelo económico que subyace detrás.
Aunque las relaciones del ser humano con el medio no han sido nunca amistosas, porque para poder mantenernos en nuestras condiciones biológicas y culturales, teníamos que modificar, en buena medida, nuestro entorno, los límites generosos de nuestro planeta permitieron que durante mucho tiempo nuestros impactos fueran absorbidos y transformados por nuestros sumideros naturales: el mar, los suelos, la vegetación…; pero en algunos momentos de la historia comenzaron a acontecer problemas locales que, tras la revolución industrial ampliarían su rango a regionales, encontrando así en 1852 el primer artículo científico sobre los efectos de la lluvia ácida en las aguas y suelos de Manchester.
Cambios decisivos
Con la Revolución industrial van a producirse importantes cambios, que repercutirán también sobre el medio ambiente. En primer lugar, el modo de producción -la producción en cadena- más intensiva y exigente de recursos y energía, y en cuanto a ésta, la madera será sustituida por el carbón, combustible más eficiente para las máquinas de vapor, aunque el principal cambio será el alumbramiento de un nuevo modelo económico, vigente hasta nuestros días: el capitalismo.
Este nuevo sistema, por su juventud y dinamismo, desplazará pronto a los caducos modelos anteriores asociados a prácticas feudales. Marx mismo lo alabó al considerar que con él, y por primera vez, el ser humano era libre. Sin embargo pronto comenzó a mostrar un perfil explotador, tanto de la fuerza de trabajo humana como de los recursos naturales. Su búsqueda de mayores beneficios lo hicieron evolucionar hacia el monopolio y la transnacionalización, y pasados los periodos bélicos del siglo XX, reaparecerá bajo un modelo de consumo de masas.
La sociedad de consumo, emergente en los años 60 del pasado siglo, supuso la disponibilidad de los bienes, que anteriormente eran patrimonio de una minoría privilegiada, para el gran público, que podía acceder a ellos mediante sistemas de crédito. Todo ello animado por una publicidad permanente y cada vez más perfeccionada, que evolucionó desde la venta de las cualidades del producto a la de las sensaciones que lo justificaban. Coincidió con una época de culto a los valores materiales, que pasaron a convertirse en señas de identidad y en donde los ideales propios de la Modernidad quedaron enterrados bajo las losas del culto al presente y el círculo privado. Esto dio alas a algunos tecnócratas, como Fokuyama o Brecinsky, para hablar del fin de la historia o el final de las ideologías.
Consumismo y crisis ambiental
Fue en este marco material y consumista, en el que la demanda de recursos y energía crecía de forma exponencial, donde se comienza a generar la crisis ambiental. Ya en los años 90, algunos organismos, como el Worldwatch Institute o el Observatorio de la Sostenibilidad, advirtieron que si todo el mundo consumiera a nuestro ritmo, necesitaríamos dos planetas adicionales para satisfacer nuestra voracidad. El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) confirmó esta apreciación diez años más tarde y es que, por primera vez, se estaban traspasando los límites del planeta, los que distinguen las actuaciones sostenibles de las que no lo son, los que, una vez superados, pueden conducir a situaciones de irreversibilidad y colapso.
Cuatro son los rasgos que caracterizan a la crisis ambiental por la que atravesamos. El primero de ellos es la globalidad, es decir, la existencia, por primera vez en la historia humana, de problemas ambientales que, como el cambio climático o la reducción de ozono estratosférico, afectan a toda la Tierra, aunque no hayan sido generados por el planeta en su conjunto, sino por su zona más privilegiada, los países occidentales.
En segundo lugar, la rapidez o exponencialidad, preocupando más el ritmo acelerado al que se produce, que el propio impacto como tal. Cambios climáticos, a lo largo de la historia geológica y de la humanidad ha habido muchos, pero ninguno tan rápido como éste. Si como prevén algunos modelos alcanzamos o superamos en este siglo un incremento de 2ºC en la temperatura media de la Tierra, estaremos asistiendo a una barbaridad climática generada por el ser humano, pues cambios de temperatura similares se han producido a lo largo de decenas de miles de años. Siguiendo a Leakey, es posible que la sexta extinción esté ya en marcha, de hecho desaparecen especies a un ritmo 100 veces mayor que el natural.
Observamos, igualmente, como el número de los problemas ambientales aumenta. Sin que los anteriores estén resueltos (la contaminación atmosférica termina con la vida de dos millones de personas cada año en el mundo, 350.000 en Europa y 16.000 en España), aparecen nuevas inquietudes, como el riesgo químico, los alteradores hormonales, los campos electromagnéticos, los organismos genéticamente modificados o la contaminación de fondo, que permite que muchas sustancias entren y se acumulen en nuestros organismos.
Finalmente, la persistencia, el hecho de que una vez generados, nos cuesta desprendernos de los impactos producidos. La causa son los largos tiempos de residencia de muchos compuestos (desde algunos plaguicidas a los residuos nucleares), que los mantienen activos en la biosfera entrando en las cadenas alimentarias. O en los propios medios, como los CFC1 o el dióxido de carbono en el aire, que pueden permanecer tiempos superiores a un siglo.
Qué camino tomar ante la crisis
La crisis ambiental muestra un perfil de riesgo, incertidumbre y preocupación que no debiera dejar a nadie indiferente. Actualmente los problemas económicos la han eclipsado, mas continúa ahí, prueba de ello es el incumplimiento de nuestro país con las exigencias del Protocolo de Kioto, lo que probablemente nos acarreará sanciones económicas. Sin embargo, no todo está perdido, crisis no es sinónimo de catástrofe, sino de una encrucijada en la que debemos decidir qué camino tomar. De que encontremos escenarios sombríos o esperanzados, dependerá de nuestra elección, de nuestros hábitos de vida individuales y colectivos.
La injusta distribución de la riqueza en el mundo converge con el mapa de las injusticias ambientales. Es cierto que desde los países empobrecidos y emergentes se cometen daños ecológicos, en aquéllos por supervivencia y en éstos por el deseo de acelerar un crecimiento económico que busca asemejarse, en muchos casos, a nuestro modelo despilfarrador de desarrollo. Sin embargo, los grandes impactos proceden de los países ricos, que con su consumo y su demanda incesante de materias primas y energía, dañan vastas regiones del planeta y generan una clase de contaminación que no conoce fronteras. La deuda ecológica es evidente y su tratamiento forma ya parte de muchas agendas políticas de países en desarrollo. Años atrás, el Instituto de Estudios Políticos de Chile preguntaba a la comunidad internacional quién debía pagar los gastos de los daños que sufría el ganado austral como consecuencia de la reducción de la capa de ozono, que ellos precisamente no habían provocado. Igualmente, los pequeños países insulares se unen para llevar una voz común a las reuniones sobre cambio climático (AOSIS), al constatar que ellos serán los primeros afectados como consecuencia de la subida del nivel del mar.
Los daños ambientales no conocen fronteras
Trabajar por un medio equilibrado y por un desarrollo comedido y sostenible, debería ser un punto de encuentro para toda la humanidad. Los daños ambientales no conocen fronteras, mostrándonos, una y otra vez, la cruda realidad de un mundo dolorosamente dividido por la pobreza, al responder a ellos con mejores o peores instrumentos, según la categoría económica del país. Trabajar por la justicia contempla de una manera inseparable la variable ambiental por cuanto no puede una parte del mundo perjudicar a las demás –especialmente las más débiles y vulnerables– ni a las generaciones venideras.
Para actuar dentro de este contexto es necesario hacerlo en tres niveles: institucional, social y personal. El primero es consecuencia del carácter global de los impactos y requiere el concurso de todos los países para su resolución. Naturalmente, las responsabilidades no son las mismas, por lo que los países más involucrados deben correr con las principales medidas de contención. Los países emergentes también deben implicarse, pues las emisiones atmosféricas de algunos, como China o India, superan ya a bastantes países occidentales. En estas áreas no debiera darse un crecimiento imitativo, pues si es cierto que la demanda de energía supera al crecimiento de la población, y que para el año 2050 seremos 9.000 millones de personas, los combustibles fósiles y minerales tienen un horizonte muy cercano, por lo que debieran proponerse respuestas sostenibles que estuvieran sustentadas en las energías renovables.
Dentro de este nivel pueden contemplarse protocolos internacionales, como Kioto (cambio climático) o Montreal (capa de ozono) –tan alejados en sus resultados uno de otro– así como convenios no tan conocidos, como CITES (tráfico ilegal de especies) o RAMSAR (protección de zonas húmedas), pero igualmente importantes. Asimismo, la legislación (más de 250 Normativas ambientales en la Unión Europea) es un importante referente para ordenar la actividad la actividad económica y el desarrollo.
Deuda ecológica
Asimismo, para compensar, en alguna medida, la deuda ecológica que los países del Norte tenemos contraída, deberíamos mostrar signos de acercamiento, como la apertura del comercio internacional sin barreras ni aranceles, el acceso compartido a los recursos, como la pesca, evitando continuar esquilmando las posibilidades que muchos países conservan para un desarrollo futuro.
La respuesta social es igualmente importante. Estamos en el momento de la sociedad civil y los movimientos sociales, y es importante que esta voz se transmita, la voz de los ciudadanos integrados en organizaciones que vertebren la sociedad. Actualmente, la pertenencia a organismos y asociaciones es discreta, como consecuencia del contexto postmoderno que reduce la vida comunitaria a la esfera privada. Pero qué importante sería que todos estuviéramos integrados, ya fuera en organizaciones sindicales, ambientales, pacifistas, de derechos humanos, ayuda al desarrollo, consumidores, etc. Así es como la sociedad civil se fortalece, como crecemos y desarrollamos nuestra dimensión colectiva y como nos convertimos en interlocutores válidos frente al poder político y económico.
Y, finalmente, el ámbito personal. En la sociedad de consumo cada ciudadano puede actuar con más poder y alcance del que se imagina. En su trabajo, su ocio, sus compras, modo de desplazarse, su dieta, la gestión de sus ahorros… se encuentra ante la posibilidad de elegir buenas prácticas, que le conduzcan a estilos de vida más sostenibles para ellos mismos y para toda la humanidad. La banca ética, el comercio justo, el consumo responsable… son, entre otras, opciones que están a nuestro alcance y de cuyo opción podemos derivar un nuevo rumbo cultural a nuestra sociedad.
En todos los casos, es importante mantener un componente ético con las opciones elegidas, pues se toman no por moda sino porque es necesario para el futuro del planeta y de sus habitantes. La solidaridad sigue siendo un valor imprescindible, pues los empobrecidos lo son, entre otras razones, por un comercio desigual que, desde el colonialismo, ha esquilmado sus recursos. Muchos de los países más pobres del planeta todavía poseen enormes riquezas naturales que, en un mundo más justo y equilibrado, podrán impulsarles hacia un aceptable nivel de bienestar. Por tanto, es necesaria la conciencia y el compromiso político para apoyar un desarrollo con justicia en todos los países. Como comentábamos al principio, la crisis, aunque multiforme tiene una raíz común, que es el modelo económico capitalista y mercantilizado, más orientado hoy hacia la especulación que hacia la producción. Las crisis también son oportunidades para pensar juntos, debatir y trabajar por otro modelo más justo y solidario, que no sólo es posible sino también necesario. ©
1. Clorofluorocarburos, sustancias que reducen la capa de ozono, hoy prohibidas, pero presentes aún en la atmósfera por las razones comentadas.
Federico Velázquez de Castro González
Presidente de la Asociación Española de Educación Ambiental

Ecología y consumo responsable
El consumo como cultura, el imperio total de la mercancía, movimientos ecologistas en Europa y en España, ¿Para qué sirven las cumbres del medio ambiente?, la deuda ecológica con el planeta, son algunos de los puntos tratados en el monográfico sobre ecología y consumo responsable.
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