¿Es el miedo una enfermedad?

La finalidad de este artículo es facilitar al lector un enfoque general sobre una de las emociones más primitivas del mundo, el miedo. Desde su definición, pasando por sus funciones, y los autores que han estudiado sobre él, y a través de ellos hacer un recorrido por algunas corrientes.
El miedo, por lo que se sabe hasta hoy, es una de las emociones cuya función adaptativa ha ayudado a que la especie siga existiendo. Muchos de vosotros, os preguntaréis ¿El miedo adaptativo? Por supuesto, adaptativo y necesario.
Experimentar miedo ante un animal salvaje en plena selva, ha supuesto desde nuestros ancestros, un salvoconducto para preservar la vida, convirtiéndose en una ventaja en el desarrollo de habilidades para la subsistencia.
Tener miedo en aquel momento, alertaba al cazador del peligro que corría, de esa forma poco a poco se fueron perfeccionando las tácticas para enfrentarse a ese peligro o incluso en algunas ocasiones para la inevitable huida.
La construcción social del miedo

¿El miedo se aprende en la sociedad?
“El hombre es una caña, la más débil de la naturaleza” –sospechó Pascal-– “pero es una caña que piensa”. Esta combinación de debilidad y pensamiento está en la base del desarrollo de las culturas humanas. El ser humano se sintió animal amenazado y su cerebro –aún en proceso de desarrollo– le dijo que podría tratar de protegerse fabricando algo con lo que defenderse de sus amenazas. Había nacido el homo faber.
La cultura surgió como necesidad de proteger de sus peligros a la débil caña humana. Porque, consciente de su debilidad, el ser humano había sentido miedo. Y había encontrado en la cultura –esto es, en la construcción de artificios mediante su inteligencia– la defensa para sus miedos. La cultura surgió para proteger al ser humano.
Pero, probablemente muy pronto, los seres humanos, producto de la evolución, pudieron comprobar que otras “cañas débiles” semejantes a ellos, eran sin embargo, aún más débiles. Y los instrumentos, que les servían para defenderse de los depredadores de otras especies, podían también ser usados contra la propia especie.
Los miedos y preocupaciones de las personas mayores

Que la población mayor está bien ajustada emocionalmente es algo bien constatado en la investigación gerontológica. Este dato, puesto en relación con otros, genera una curiosa consecuencia: la denominada “Paradoja del bienestar en la vejez”. Con la edad, junto al aumento de circunstancias relativas a pérdidas (de parientes, amigos, funcionamiento físico y roles sociales) se da una estabilidad en las puntuaciones de diversos indicadores de bienestar psicológico (expresión de emociones positivas, prevalencia de trastornos depresivos o de ansiedad). Los aspectos explicativos que se esgrimen para despejar esta paradoja son, entre otros, la mejora de mecanismos de autorregulación emocional y el carácter gradual y normativo de dichas pérdidas (Márquez-González, 2008 y Fernández-Ballesteros, 2009).
El informe Social del IMSERSO del 2008 recoge algunos datos en esta línea. Por ejemplo, muestra que, entre los sentimientos experimentados por las personas mayores, los positivos presentan puntuaciones más altas, en frecuencia y porcentaje. Destacan el sentimiento de felicidad (un 25% declara sentirse feliz todo o casi todo el tiempo y un 40,7% informa que buena parte del tiempo) y de tranquilidad (un 18,1% dice sentirse relajado todo o casi todo el tiempo y un 45,2% buena parte del tiempo). Entre los sentimientos negativos los expresados con menor frecuencia son, por orden, la ansiedad, la soledad, el aburrimiento y la depresión. Casi siete de cada diez mayores dice no sentir nunca o casi nunca ansiedad, un 63,4% soledad, un 55,5% aburrimiento y un 53,6% dice no sentirse nunca o casi nunca deprimido. Estos datos positivos nos permiten denominar la experiencia afectiva de la población mayor como “saludable”. Una vez que hemos dejado aclarado este punto, en este artículo, nos centraremos, no obstante, en revisar el peso que tienen los miedos y las preocupaciones en la población de personas mayores. Reflexionaremos sobre la prevención y el manejo de estos síntomas cuando interfieren de forma negativa en el adecuado afrontamiento de las situaciones y, desde una perspectiva más amplia, en el proceso de un envejecimiento activo (OMS, 2002).
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El miedo en niños y adolescentes

El interés por la investigación de los miedos en la infancia y la adolescencia ha adquirido una importancia creciente en las últimas décadas por tratarse de fenómenos muy frecuentes, asociados al desarrollo infantojuvenil, que pueden perturbar significativamente sus vidas provocándoles sufrimiento y siendo la causa de serios trastornos futuros.
Aunque el miedo puede ser considerado como una respuesta normal y adaptativa, esta también puede ser desadaptativa y patológica, pudiendo incluso ser un primer paso en la génesis de otros trastornos como las fobias y un factor general de vulnerabilidad psicopatológica. A continuación comentaremos algunos aspectos relacionados con la naturaleza evolutiva de los miedos, los factores de predisposición, y el papel de los factores ambientales, tres focos de interés relacionados de forma particularmente relevante con la psicopatología de los miedos y fundamentales para la comprensión de los miedos normativos y de los que requieren atención clínica.
Mysterium tremendum et fascinans

Miedo y experiencia religiosa
La relación del ser humano con la experiencia religiosa siempre ha sido un equilibrio inestable, conoce «el temor y el ardor» frente a lo numinoso de Dios, como reconoce San Agustín, y que se convertirá en el tremendum et fascinans en la terminología de Rudolf Otto y en la inquietud de la búsqueda infinita que habita en el corazón humano. El miedo ha sido siempre uno de los aliados más fieles del poder. Sea este político o religioso. Es una emoción que paraliza, que inmoviliza, que resta las energías vitales al ser humano. El pájaro inmovilizado por la mirada seductora de la cobra es un ejemplo común en la filosofía oriental que nos ilustra bien sobre esa verdad esencial que es el núcleo del miedo. El pájaro sigue teniendo alas y las podría utilizar para escapar del depredador, pero es precisamente el miedo el que se las inutiliza. El miedo le hace creer que no puede volar y ello se convierte en su perdición.
La mirada del poder es como la de Medusa: petrifica. Todo lo que mira lo convierte en piedra, lo inmoviliza, lo priva del movimiento, imposibilita la vida. La creación de un clima de temor obliga a las personas a blindarnos frente a los otros. Por eso afirma Manuel Castells que el poder está en nuestras mentes, que la violencia y la intimidación de nuestros cuerpos se interioriza mediante el miedo y se alía con las fuerzas oscuras del control político, del poder.
El miedo que nos genera la crisis económica

A través de estas páginas proponemos una breve reflexión sobre el miedo que está generando esta crisis que, en los últimos años, caracteriza la economía de nuestro país y que atañe a la mayoría de los ciudadanos. Para ello partimos de tres premisas fundamentales que iremos desglosando, para terminar presentando algunas soluciones que pueden ser factibles para hacerle frente.
En primer lugar, cabe señalar que los miedos jamás duermen, nos acechan a lo largo de toda nuestra vida. La segunda premisa parte de la observación de que los miedos cambian en función de la cultura y de los tiempos, y la tercera radica en el análisis de cómo estos miedos se canalizan a través de la divulgación utilizando los diferentes medios de comunicación predominantes en las sociedades donde surgen y que denominaremos el “tráfico del miedo”.
Miedo a morir, miedo a vivir
Con respecto a la primera de las premisas mencionadas cabe decir que el miedo es una emoción que nos protege, que nos ayuda a sobrevivir ante las adversidades que nos presenta el ambiente. Sin miedo nuestros ancestros ha brían sucumbido al ataque de otras especies animales, catástrofes de la naturaleza e incluso frente a la agresividad de sus congéneres. El miedo nos permite, incluso actualmente, seguir vivos, por eso podemos considerarlo no solo una emoción negativa, sino también benefactora en cuanto a la protección que nos ofrece.
El miedo del ser humano a la muerte

El miedo a la enfermedad y a la muerte son ancestrales. Por mucho desarrollo científico y tecnológico que se produce en algunas latitudes de la tierra, traducido en grandes avances sanitarios que permiten prolongar la vida de unos pocos, no nos protegen ni del miedo ni de la muerte.
Es posible que nuestros abuelos, que vivían en más en el ámbito rural, vivieran la muerte y el morir con más naturalidad. Conforme pasa el tiempo estamos consiguiendo sustituir vidas más cortas y muertes más tempranas y rápidas por vidas más largas y muertes más lentas, prolongadas por intervención médica y tecnología. Pero es posible que nos estemos distanciando también a nivel subjetivo de la experiencia del vivir el morir como última etapa de la vida.
No estaremos muy lejos de la realidad si describimos nuestra sociedad como un tanto tanatofóbica, es decir, caracterizada por un persistente, anormal e injustificado miedo a la muerte o a morir.