
El cine medioambiental

La relación del ser humano con la naturaleza, el deterioro del medio ambiente, los desequilibrios naturales provocados por la voluntad humana, el peligro de la extinción de la vida animal y vegetal… Con más o menos fortuna el cine ha abordado desde sus inicios la convivencia, o no, del ser ocasiones, no ha provocado más que desequilibrios. Desde “Nanook, el esquimal”, al documental “Una verdad incómoda”, ya sea a través de la ficción o del documental, el séptimo arte ha explorado la presencia de los hombres y las mujeres en la Tierra y el impacto que causan en su entorno.
Sería un desacierto afirmar que existe un género cinematográfico que ponga nombre propio y agrupe a las películas que tienen como nexo común su preocupación por el medio ambiente y la ecología. Simplemente no existe, lo que sí es palpable y significativo es un grupo de cintas que a lo largo de décadas se han ocupado de este tema, en la mayoría de las ocasiones con más entusiasmo que talento y calidad artística, aunque hay alguna joyita cinematográfica, eso sí, menos de las deseables.
Cine comprometido y testimonial
Por lo general, los cineastas se han acercado al cine medioambiental o ecológico desde la vocación de servicio público, ya sea bajo el formato de filme de denuncia o desde una militancia promedioambiental que no han disimulado. En la mayoría de las ocasiones son películas en las que cabe valorar más el fondo que la forma, el mensaje que el envoltorio, la buena voluntad que la ambición artística. Uno de los primeros testimonios fílmicos data de 1922. “Nanook, el esquimal” es considerada por la mayoría de los historiadores de cine y los críticos cinematográficos como la primera película documental y una de las obras cumbres del género. Su director, Robert Flaherty, se embarcó en un ambicioso proyecto y durante dos años y medio convivió con el protagonista, Nanook, y su familia para mostrar la difícil relación del ser humano con su entorno natural. Pero más allá del interés antropológico, Flaherty nunca pretendió que su documental se convirtiese en un testimonio preciso de la vida de los esquimales, hay un evidente tono de denuncia. Como el propio Flaherty declaró su propósito final era “mostrar el antiguo carácter majestuoso de estas personas, mientras ello aún fuera posible, antes de que el hombre blanco destruyese no sólo su cultura, sino también el pueblo mismo”. A partir de esta cinta surgieron muchos documentales con voluntad antropológica que pretendían mostrar a los “seres civilizados” cómo se desarrollaba la vida de los pueblos indígenas y sus costumbres exóticas. La mayoría de ellos no llegaron a los circuitos comerciales y fueron exhibidos bien en festivales de esta temática específica o en universidades.
Películas que llegaron al gran público
Una de las películas que sí llegó al gran público fue “Los dientes del diablo”, dirigida por Nicholas Ray en 1959. Es un filme emotivo, con una factura técnica impecable y un notable ritmo narrativo. La cinta, deudora en cierta manera de “Nanook, el esquimal”, tiene de nuevo como protagonista a un habitante del Ártico. Con gran sentido crítico, aunque sin subrayados innecesarios, Ray quiso mostrar el drama de un esquimal que entra en contacto con el hombre blanco para comprar un rifle, y así facilitar la manutención de su familia, y como este hecho le llevará sin solución de continuidad a una situación trágica que pondrá fin a su modo de vida. La destrucción y aniquilación de los pueblos autóctonos en nombre del mal llamado progreso ha sido la preocupación y la ocupación de varios títulos de calidad notable que, además, han llegado al gran público, ya que entraron en el circuito comercial. El director alemán Werner Herzog ha sido uno de los cineastas más prolíficos en esta temática. En 1972 realizó una de sus primeras aproximaciones con “Aguirre, la cólera de Dios” en la que narraba de manera descarnada y apasionada el viaje del conquistador Lope de Aguirre por la cuenca del río Amazonas en busca de la ciudad de oro de los incas. Aunque de manera tangencial, el filme muestra cómo la llegada del hombre blanco a Iberoamérica supuso, con todos los matices que se quieran aportar y que no proceden en este artículo, una intoxicación y una ruptura dramática de la forma de vida de los indígenas. Diez años después, Herzog entra de lleno en la capacidad intrusiva y destructiva del “hombre civilizado” en la naturaleza y los pueblos vírgenes con “Fitzcarraldo”. Entre estos títulos de la relación del hombre leído con sus congéneres aparentemente primitivos tenemos dos títulos facturados por Hollywood: “La misión” y “Jugando en los campos del señor”. De “La misión” está todo escrito, no así “Jugando en los campos del señor”, a mi juicio mucho más reveladora. La cinta trata en paralelo cómo un grupo de misioneros se adentra en la selva amazónica con el propósito de evangelizar y la aventura de dos mercenarios contratados por la autoridad militar a masacrar a una tribu. El viaje interior de los protagonistas nos presenta su evolución psicológica y emocional. Desde sus inicios, en un entorno hostil, donde el hombre civilizado se muestra absolutamente incapaz de manejarse en la naturaleza y con los indígenas, a ambos los menosprecia cuando no les somete a una dañina compasión, hasta el final del filme, donde los venidos del primer mundo logran fundirse con el ecosistema y la cultura nativa. Sin embargo, el final no puede ser más amargo, ya que la mayoría de la tribu finalmente perece “contaminada” por sus aparentemente salvadores, ya que son contagiados por la gripe, para la cual su organismo no tiene defensas.
Otra producción de Hollywood, “Los últimos días del edén” también abundó en el tema desde una perspectiva abiertamente militante con la ecología y la preservación del medio ambiente. El protagonista es un científico que vive recluido en el Amazonas convencido que entre su flora encontrará una vacuna contra el cáncer. Frente a la presión de las farmacéuticas, allí tiene el principal antídoto para los males del ser humano, las propiedades curativas de las plantas. Sin embargo, el aparente progreso cercena sus ambiciones, la construcción de una autopista amenaza con quebrar dramáticamente el ecosistema de la Amazonía, como en tantas ocasiones ha sido reflejada en los periódicos e informativos, aunque no estuviese entre los titulares del día.
Una obra maestra
Por excepcional, está considerada como una obra maestra sin discusión, merece unas líneas privilegiadas una obra tan bella como lograda titulada “Dersu Uzala”. Rodada por el japonés Akira Kurosawa en 1975, pocas películas han mostrado de una manera tan contundente y poética la comunión entre el ser humano y la naturaleza, aparte de mostrar una bella historia de amistad. El protagonista es un cazador, Dersu Uzala, que ha logrado una total identificación con su entorno: la naturaleza y él son una misma cosa. La cinta nos lo muestra en el momento en el que es contratado por un grupo de soviéticos para investigar la geología de unos bosques siberianos. Elegante y preñado de un hondo humanismo, Kurosawa rueda una de las más majestuosas declaraciones de amor que ha hecho un ser humano a su entorno. Película singular es de visión obligada para reconciliarnos con la Tierra como individuos, como un acto íntimo y militante.
Actores y actricesbimplicados en la lucha
En las últimas décadas, desde Hollywood, los espectadores han podido ver un puñado de películas con un transfondo ecologista y de denuncia que a buen seguro no habrían existido sin la tenacidad de las estrellas que las protagonizaban. Ahí, los actores y actrices han hecho valer su cotización en el engranaje de la industria para ponerla al servicio de la lucha por la preservación del medio ambiente en sus múltiples formas. Tres estrellas indiscutibles de los años setenta como Jane Fonda, Michael Douglas y Jack Lemmon pusieron su nombre y su prestigio artístico al servicio de los colectivos antinucleares con “El síndrome de China”. En pleno debate nuclear, la cinta, muy bien narrada, con un tono de suspense que benefició a la trama, entró en la controversia contra las bondades de esta forma de energía con una cinta de denuncia que narraba la irresponsabilidad de los responsables de una planta nuclear que no quieren alertar a la población sobre los riesgos de un posible accidente que pondría en riesgo la vida de los habitantes de Los Angeles. Cinta testimonial y testigo de su tiempo, se ha quedado algo obsoleta y pelín demagógica.
Robert Redford, el más comprometido
Uno de los cineastas que más han contribuido a la divulgación de temas medioambientales y a la denuncia de los dislates que causa el presunto progreso ha sido Robert Redford. Reconocido ecologista, la relación del hombre con su entorno natural ha sido una de sus grandes prioridades cinematográficas. Lo abordó por primera vez, como actor, en la maravillosa “Las aventuras de Jeremías Johnson”, un falso “western”, de alguna manera había que etiquetarla. En ella se expone la aventura vital de un hombre que sobrevive en un entorno aparentemente hostil, las montañas, las tribus indias, y su necesidad de integrarse en el entorno. Ya como director, Redford ha realizado una encendida defensa de preservar la naturaleza y la necesidad del hombre de aprender a comprenderla y convivir con ella sin agredirla en títulos como “Un lugar llamado milagro”, “El río de la vida” y “El hombre que susurraba a los caballos”. De temáticas muy distintas entre sí, la más notable desde el punto de vista del medio ambiente es “Un lugar llamado milagro” que narra la lucha de un campesino por intentar preservar su modo de vida y su cohabitación con la naturaleza frente a la voracidad de un grupo de empresarios que pretende hacer un centro de recreo en las tierras de su comunidad. Redford nunca ha sido un iluminado y ha ejercitado planteamientos muy inteligentes sobre la necesidad de que los hombres y mujeres comprendamos que el destino de la naturaleza va ligado al nuestro, por tanto, cuando se destruye un entorno, también se desintegra la comunidad que lo habita, sus conocimientos y su cultura.
“Una verdad incómoda” reabrió el debate
Y llegamos a uno de los títulos más sobresalientes del cine ecológico, tanto por el éxito que tuvo de público y crítica, como por su calidad cinematográfica. En 2006, el ex vicepresidente Al Gore puso voz, rostro y convencimiento a uno de los documentales más vistos de la historia: “Una verdad incómoda”. El filme, cien por cien didáctico pero evitando convertirse en un mero sermón sin un poso científico que sólo abrazase la demagogia, expone los efectos malignos del cambio climático. Al Gore explica el preocupante estado del planeta, amenazado por el calentamiento global provocado por la acción del hombre. El filme tuvo su merecido impacto porque, lejos de ser una cinta aburrida, utiliza todos los recursos visuales posibles para ofrecer al espectador una completa visión sobre un problema que los políticos y los poderes económicos no son, o no quieren, atajar. Critica, sin ser beligerante. Su mayor logro fue reabrir un debate que en los últimos años languidecía para volver a ponerle en el primer plano a escala mundial. Ejemplo de cómo se puede hacer un excelente documental sin agotar la paciencia del espectador. Sea como fuere, el cine medioambiental lejos de ser una moda es una tendencia cinematográfica de múltiples características, interpretaciones y visiones que goza de un aceptable estado de salud, aunque cada temporada se echen de menos más títulos y sobre todo visiones más plurales sobre una realidad que nos afecta a todos. ©
María García
Crítica de cine

Ecología y consumo responsable
El consumo como cultura, el imperio total de la mercancía, movimientos ecologistas en Europa y en España, ¿Para qué sirven las cumbres del medio ambiente?, la deuda ecológica con el planeta, son algunos de los puntos tratados en el monográfico sobre ecología y consumo responsable.
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