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La representación del dolor en el cine

Desde el siglo XX, disponemos de un medio privilegiado para el conocimiento de la condición humana como no se ha podido imaginar en otras épocas: el arte cinematográfico. Gracias a él, especialmente al cine de ficción, contamos con un maravilloso laboratorio de antropología donde no sólo se ensancha su estudio, sino que podemos asistir ante nuestros ojos a la unicidad irrepetible de las personas, a sus honduras interiores hechas de esperanzas, amores y miedos.

El cine, como la literatura y el drama, nos enseña el misterio de la vida humana, su complejidad irreductible y maravillosa. Nos da así algo que no pueden dar todos los cálculos económicos del mundo, ciegos a dicha singularidad y, por ello, a su riqueza cualitativamente mayor que cualquier cálculo pragmático y utilitarista. Semejante exploración no hace sino desarrollar nuestra capacidad de compasión para con nuestros prójimos, eso que Martha Nussbaum llamaba “la gran caridad del corazón”. El cine ha dado expresión fílmica al fenómeno del dolor humano en todas sus formas y en toda su hondura, pues junto con el amor, la verdad y el bien, es una de esas dimensiones ineludibles de la existencia humana.

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Del "dolor de los pecados" al arrepentimiento ético

Hacia una experiencia ética sana y sanadora

En un número monográfico sobre el dolor no está fuera de lugar abordar una forma especial de aflicción que ha sido denominada, en el contexto tradicional de la cultura religiosa cristiana, como un dolor del alma a causa de hechos y situaciones de carácter negativo en que la libertad del sujeto se ha visto implicada.

De comienzo, quiero hacer dos precisiones. La primera se refiere al lenguaje, el cual, para representar este ámbito de la realidad, utiliza expresiones de clara proveniencia religiosa; es uno de mis propósitos, al escribir el presente artículo, el intentar encontrar un lenguaje secular normalizado para expresar un segmento de la realidad ética común. La segunda precisión tiene que ver con la semántica y se concreta en esta segunda intención: deseo trasladar al camposignificativo de la ética una experiencia que, hasta hace poco o quizás hasta hoy mismo, ha estado circunscrita al mundo de la religión. Así, pues, es mi intención dar carta de ciudadanía ética a la experiencia del arrepentimiento. Considero que el repertorio humano se acrecienta y se ennoblece mediante la experiencia sana y sanadora del arrepentimiento ético.

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Manejo emocional ante el dolor ajeno

Entendemos como ‘dolor’ la experiencia sensorial subjetiva, generalmente desagradable, que pueden experimentar todos aquellos seres vivos que disponen de un sistema nervioso. Se trata de una experiencia asociada a una lesión en los tejidos internos o externos del cuerpo, o sentido como si tal lesión existiera. El dolor puede ser agudo o sordo, intermitente o constante. Se puede sentir dolor en algún lugar del cuerpo, como la espalda, la cabeza o el estómago, o sentir dolor generalizado, como los dolores musculares durante una gripe o proceso oncológico.

La función del dolor es señalar al sistema nervioso que una zona del organismo está dañada, y por tanto, se trata de una situación que puede provocar una lesión grave. Esta señal de alarma desencadena una serie de mecanismos cuyo objetivo es evitar o limitar los daños, así como alejarnos físicamente de la situación dañina. Cuando sentimos dolor, se desencadena una secuencia de acciones a nivel neuronal cuyo objetivo es hacer frente a la agresión y eliminar el dolor. Si el propio organismo no es capaz de solventar las lesiones, y por tanto, calmar el dolor, se recurren a tratamientos médicos, farmacológicos, psicológicos, naturales y homeopáticos, entre otros, para ayudar al organismo a recuperar la homeostasis.

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Ver, oír... e intentar echar una mano. La ayuda en situaciones de catástrofe

“(…) me puse triste y hasta la fecha lloro por mi hijo, porque era mi único hijo y ahora nomasito estoy sola, no duermo, vivo triste por él, porque perder un ser querido es triste y doloroso y nadie llena el vacío, solo Dios. Nosotros vivimos como traumados, a veces disimulamos, nos reímos, pero nuestras almas están heridas porque perdimos seres queridos y eso es duro”
ACAFADE, Florecerás Guatemala.
Citado en “Reconstruir el tejido social”, Carlos Martín Beristain. Ed. Icaria

La ayuda humanitaria, como cualquier actividad humana que nos confronta con el dolor, se traduce en experiencias subjetivas muy distintas. Hay cooperantes para los que supone un antes y un después porque cambia radicalmente su vida y hay otros en los que el impacto es mínimo. Para algunos supone un replanteamiento de sus concepciones éticas, para otros un afianzamiento ideológico. Las reacciones de cada cual son muy distintas, pero hay algunos fenómenos que, probablemente, hemos experimentado todos aquellos que alguna vez nos hemos dedicado a esas labores. Quizás, porque, de alguna manera, estas reacciones básicas forman parte de la respuesta humana más visceral ante la congoja ajena. Con el dolor no se razona: si conectamos con él lo reflejamos en sentimientos, una forma de experimentar el mundo en la que todos nos parecemos más de lo que creemos.

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El cine medioambiental

La relación del ser humano con la naturaleza, el deterioro del medio ambiente, los desequilibrios naturales provocados por la voluntad humana, el peligro de la extinción de la vida animal y vegetal… Con más o menos fortuna el cine ha abordado desde sus inicios la convivencia, o no, del ser ocasiones, no ha provocado más que desequilibrios. Desde “Nanook, el esquimal”, al documental “Una verdad incómoda”, ya sea a través de la ficción o del documental, el séptimo arte ha explorado la presencia de los hombres y las mujeres en la Tierra y el impacto que causan en su entorno.

Sería un desacierto afirmar que existe un género cinematográfico que ponga nombre propio y agrupe a las películas que tienen como nexo común su preocupación por el medio ambiente y la ecología. Simplemente no existe, lo que sí es palpable y significativo es un grupo de cintas que a lo largo de décadas se han ocupado de este tema, en la mayoría de las ocasiones con más entusiasmo que talento y calidad artística, aunque hay alguna joyita cinematográfica, eso sí, menos de las deseables.

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