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Reciclar bien... ¿Y dónde pongo esto?

Escrito por: Virginia Fernández Aguinaco
Julio - Agosto 2012

Miró la esponja que llevaba en la mano y se detuvo indecisa ante el teléfono…

–Hija, Antoñita ¿qué hago con una esponja bastante roñosa? –Abuela, tirarla, ¿qué te pasa? –Nada, sólo que eso iba a hacer y no sé si ponerla con la basura orgánica o con los envases...

Ahora quien dudó fue la nieta de Mercedes: desde luego, una esponja de material sintético no es basura orgánica y tampoco equivale a un tetrabrik, una lata, un envase de agua mineral... y la abuela, siempre perfeccionista y un tanto escrupulosa, empezaba a marearla con consultas sobre reciclado que no siempre acertaba a resolver. Siguió Mercedes: –Ayer vino  tu hermana con el bebé y le cambió los pañales, me dejó uno lleno de caca y lo puse en el cubo de la orgánica. –Vale, eso está bien, no lo llames más “basura orgánica”, es el cubo de “restos”, pon ahí también la esponja, pero mira, lo que no sepas déjalo en una bolsa y me pasaré por ahí para ayudarte a separar.

Antonia (sólo su abuela empleaba el diminutivo) echó mano de la Guía del Ayuntamiento de Madrid:

http://www.madrid.es/UnidadesDescentralizadas/ Agenda21/ContenidosBasicos/Ficheros/G u%C3%ADaResolverDudasSeparacResiduos- Dom%C3%A9stAdultos.pdf

y le dio un repaso. Por la tarde iría a casa de Mercedes.

Mercedes es una buena ciudadana que vota en las elecciones, paga sus impuestos y sigue las recomendaciones de la administración en cuestiones de tráfico, alimentación y consumo y medio ambiente con una fidelidad casi religiosa. Cuando toca pescado azul, pues pescado azul, o conservas, o patatas o lo que decidan los gobernantes. Conoce algo la ordenanza municipal y sabe que no separar selectivamente los residuos es una infracción leve y casi ha aprendido de memoria el Artículo 6, referente a Vigilancia y colaboración ciudadana:

1. Las personas encargadas de la vigilancia en las distintas zonas del término municipal de Madrid en las materias objeto de la presente Ordenanza, podrán formular denuncias respecto de infracciones de la misma, poniéndolo en conocimiento del servicio de inspección municipal regulado en los artículos 75 y siguientes.

2. Todas las personas físicas y jurídicas de la ciudad de Madrid, en relación con el cumplimiento de esta Ordenanza, habrán de observar una conducta encaminada a evitar ensuciar los espacios públicos, pudiendo poner en conocimiento de la autoridad municipal las infracciones que presencien o de las que tengan un conocimiento cierto.

3. Será responsabilidad del ciudadano: Abandonar muebles, enseres, electrodomésticos y trastos viejos, bolsas, envases o similares en los espacios públicos.[…]

Esta historia me la relata Antonia y a continuación me detalla las cosas que su abuela no sabía dónde tirar: una cazuela de metal esmaltadocon un agujerito en el fondo, el pié de porcelana de una lámpara con una grieta muy visible y algunas desconchaduras, un peluche mordisqueado por Toby, el caniche –al que por cierto Mercedes pasea provista de guantes desechables y bolsitas, como está mandado–, una linterna oxidada, dos grandes frascos llenos de aceite usado, el mango sin hoja de un cuchillo jamonero, una camiseta térmica muy desgastada, un marco de fotografía simil cuero en estado putrefacto, un bolso de material dudoso, unos narcisos de trapo descoloridos, tres tazas sin asa, una antigua maquinilla de afeitar, dos pares de zapatos deformadísimos, una plancha inservible, unas zapatillas andrajosas, un tablero de ajedrez con el cristal partido y algún otro objeto menudo.

Todo acompañado de explicaciones como si la abuela sintiera algún remordimiento por deshacerse de aquellas porquerías: -“Hija, yo antes las camisetas las hacía trapos para limpiar, pero desde que llegó Dorys, como le dije que comprara lo necesario, vino con un surtido de bayetas apabullante: para brillo, para polvo, para grasa, para superficies muy sucias, para cristal, yo qué sé, y productos, un montón de productos que cuando termina de limpiar esto huele a laboratorio y no sé si acaba de gustarme; tengo entendido que no es muy ecológico, pero ¿qué voy a hacer?”.

Aparecieron también tres tableros de una vieja encimera de cocina, de dimensiones y peso bastante considerables y lo que casi lleva a Antonia a la consternación: un armario ropero de tres cuerpos.

Estaba claro: cubo de restos para las menudencias, alguna cosa como la plancha y los tableros al Punto limpio, venciendo la tentación de dejarlo todo en el primer contenedor de escombros que quedara al paso. Pero ¿el armario? Llamada al 010 para confirmar que el servicio gratuito de recogida de enseres pasaría a recoger el mueble... en el portal. Mercedes vive en un cuarto, en una vivienda sin ascensor. Aunque viviera en el bajo ¿Cómo una mujer de setenta y seis años, desarma y carga un ropero cuatro pisos abajo y lo deposita cuidadosamente en la acera? Antonia tiene treinta y ocho, pero tampoco podría. Ni entre las dos. Tendrá que venir algún hombre... O llamar a algún operario.

Se descarta a los varones de la familia. Marta, la madre del bebé y hermana de Antonia está casada con un transportista que en estos momentos va camino de Bulgaria. El marido de Antonia encontró trabajo en Lérida y está preparando la vivienda en la que se instalará con
su mujer y sus dos hijos en un par de semanas. Mercedes II, es decir, la madre de Antonia y Marta, quedó bastante perjudicada de las piernas tras una caída fortuita. ¿Dorys? Está de vacaciones en Quito, su ciudad natal. ¿Un amable vecino? Los conocidos son bastante mayores y los nuevos son un batiburrillo multicultural con los que Mercedes apenas intercambia algún saludo... ¿Algún operario dispuesto a ganarse unos euros? Demasiado complicado concertar con alguien, ¿quién?, ¿dónde? y conseguir que esté disponible cuando llamen del Ayuntamiento para que deje el mueble en la calle a la hora convenida.

Cuando a la abuela se le desata el afán del reciclado o de deshacerse de objetos, por supuesto dentro de la legalidad, es dificil convencerla de que aplace la súbita urgencia.

Antonia observa el ropero con desaliento. Contenía la ropa del abuelo que se entregó a Cáritas.

Ha oído hablar de una asociación para la rehabilitación de toxicómanos que recoge muebles y enseres, los recicla y los pone a la venta por un precio económico. Tal vez sea la solución. Pero cuando se informa le dicen que cobran el porte y eso no le hace ninguna gracia.

Considera la posibilidad de destrozarlo a hachazos e ir llevando poco a poco las tablas al punto limpio. Lo mismo que hace con los rastrojos un matrimonio amigo que vive en una finca calificada como rústica: no está permitido quemar rastrojo o lo está con determinados permisos y una prolija negociación administrativa –intentar conocerla en la página web de la Comunidad de Madrid es bastante imposible– así que lo meten en grandes bolsas de plástico que llevan, cómo no, al Punto limpio: tres o cuatro veces al mes, según la época. “Necesitaré por lo menos cuatro viajes” se dice con desánimo.

Una llamada desde Lérida terminará con el problema: -Antonia, ¿Tu abuela no tenía un armario que no usa? A lo mejor pueden traerlo los de la mudanza, porque vendría bien en la habitación del pequeño, digo si a ella le parece bien... ©

Nota: este relato, con alguna variación, corresponde a personajes y situaciones reales.


Virginia Fernández Aguinaco

Colaboradora de la revista Crítica - Reportaje -.


 

 

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