
Utopías y utópicos:

Curiosidades, anécdotas y algún horrible ejemplo
Cualquiera dotado de un mínimo de imaginación puede fantasear sobre un mundo mejor que el presente, una sociedad más justa y unos individuos más sanos y felices. Este mundo es “manifiestamente mejorable” según la vieja formula aplicada a las fincas agrarias o bien podemos decir “otro mundo es posible” frase aplicada a casi todo según el gusto actual (educación, cultura, sistema económico, etc.). Otra cosa es el acierto literario para poner por escrito lo concebido como mundo ideal. Para eso se necesita talento y hasta genialidad. Pero ser un genio no garantiza la producción de una obra genial ni mucho menos alcanzar una vida feliz para uno mismo…
Abundan en la historia del pensamiento y de las artes protagonistas de vida turbulenta, atormentada, inestable o dolorosa. Muchos de los creadores de utopías no se apartan de este al parecer “sino fatal” de los genios. Abundan entre ellos los que en algún momento perdieron el “oremus” o los que, en el intento de llevar a la práctica sus teorías sobre la sociedad perfecta, fracasaron estrepitosamente o bien produjeron muchos más daños y sufrimientos que el bienestar soñado… También hubo, claro, algunos cuya vida privada contradijo los altos ideales que defendían.
Así encontramos una muy variada serie de tipos entre los creadores de utopías que van desde el bienhumorado Tomás Moro (uno de los más equilibrados y sanos) hasta los casos más penosos, pasando por personajes pintorescos, románticos, vagamente místicos, aventureros y también excelentes vividores.
El siglo de las luces
La literatura utópica, pese a contar con grandes pensadores ya desde la antiguedad clásica, desde el medievo y, por supuesto, el Renacimiento, alcanza su mayor esplendor en el siglo de la luces, cuyas ideas perduran en buena parte del “utopismo” más contemporáneo como los diversos movimientos alternativos de hoy.
La Ilustración, en efecto abre un periodo en el que se supone que la humanidad, con las luces de la razón, libre de las servidumbres de la esclavitud, la tradición y por supuesto de los vínculos religiosos, estará en condiciones de inaugurar una era de paz, felicidad y concordia universales. Late en todas las ideas utópicas, a partir del s. XVIII, el ideario de los tres grandes principios de la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad.
Del ateísmo a la new age
La mayoría de las utopías que se llevaron a la práctica pretendieron una organización en la que si bien algunos elementos de ética cristiana (o en su caso de alguna religión oriental) estuvieron presentes, estaban proscritas la pertenencia formal a una confesión religiosa y la fe
en Dios. Por alguna razón tal vez difícil de entender, muchas comunas, o proyectos de vida colectiva según los principios de la utopía correspondiente, derivaron hacia un misticismo bastante sincrético, hecho por ejemplo, de retazos de deificación de la naturaleza, veneración a la “madre tierra” y diversos rituales.
Un caso suizo
En 1900, Henry Oedenkoven, el hijo de 25 años de edad de un empresario de Amberes, y su compañera Ida Hofmann, compraron una colina en Ascona que había sido conocida como “Monescia”, estableciendo la “Cooperativa vegetariana Monte Verità”. La colonia fue establecida primero sobre los principios del socialismo primitivo, pero más tarde defendió un vegetarianismo individualista. Los colonos aborrecían la propiedad privada, practicaron un rígido código de moralidad, vegetarianismo estricto y nudismo. Rechazaron la convención en el matrimonio y el vestido, partidos políticos y dogmas religiosos. Intelectuales, artistas y gente famosa acudió a Monte Verità. Entre otros, Hermann Hesse, Carl Gustav Jung, Erich Maria Remarque, Isadora Duncan, Paul Klee, Rudolf Steiner, Max Weber… De 1913 a 1918 Rudolf von Laban instaló una “Escuela de arte” en Monte Verità, y en 1917, Theodor Reuss, Maestro de la Ordo Templi Orientis, organizó una conferencia allí abarcando muchos temas, incluyendo las sociedades sin nacionalismo, los derechos de las mujeres, la francmasonería mística, y la danza como arte, ritual y religión.
Perder la cabeza o recuperarla
Owen, uno de los más famosos utópicos, fracasó estrepitosamente con “New Harmony” en donde invirtió gran parte del capital que había ganado como empresario en su Gales natal.
En 1825 compró una pequeña aldea situada en Washington, llamada New Harmony y allí crea su pequeño espacio comunista en que todos trabajaban para todos y no existía la propiedad privada. Como un buen sistema comunista, todo los alimentos y recursos se dejaban en un almacén; cuentan cómo la ensalada, al proceder del almacén, llegaba completamente podrida a la mesa. Los habitantes de la comuna fueron abandonando la aldea. New Harmony duró dos años, entre 1825 y 1826. Si bien como ejemplo de socialismo práctico el experimento fue un fracaso, durante más de una generación New Harmony fue el centro de un gran interés social y educativo; otras comunidades se establecieron con arreglo a principios similares. Owen no perdió nunca la fe en sus ideas y a su regreso a Reino Unido centró todas sus energías en defender los intereses de los trabajadores, y se vinculó con el Movimiento Obrero Británico.
Creó la Gran Unión Consolidada de Oficios, para controlar todo el movimiento obrero británico. A los pocos meses de su fundación empieza a tener las primeras crisis porque inician una serie de huelgas que los obreros no cualificados no pueden soportar. Esto provocó un problema interno agravado por la presión externa.
A partir de entonces se dedicó a escribir y defender su visión del cooperativismo. Confiando en que la solución vendría de la propia sociedad, atacó instituciones como la familia, la religión, la herencia, etc., porque pensaba que limitaban la libertad del ser humano. Influyó notablemente en todos los movimientos posteriores, y de modo significativo en lo pedagógico, pero, según algunos, perdió definitivamente la cabeza cuando en 1854, se convertió al espiritualismo después de tomar contacto en una serie de sesiones con la medium Maria B. Hayden.
Claro que también perdió la cabeza Tomás Moro, pero éste literalmente, al ser decapitado por orden de Enrique VIII. Por entonces las sentencias de muerte en Inglaterra (y en otros países) podían ser especialmente crueles, así que la de Moro incluía que no fuera enterrada la cabeza con el tronco sino arrojada al Támesis después de ser exhibida durante treinta días en el puente deLondres. Del tronco no se sabe el paradero, pero la cabeza se conserva en la iglesia de Sant Dustan en Canterbury (Inglaterra) ya que una de las hijas de Moro sobornó a quien tenía que ejecutar las órdenes y consiguió recuperarla.
Una estética
Cuando algunos utópicos decidideron llevar a la práctica sus ideas y crearon algún tipo de comunidad –los falansterios de Fourier, la mencionada New Harmony, la escuela de Yasna Polyana de Tolstoi, etc.– la vestimenta de los habitantes no difería gran cosa de la de la sociedad, aunque quizá fuera algo más sencilla y austera.
Pero con el movimiento hippy del pasado siglo se instauró un estilo que sigue vigente en un gran número de organizaciones muy variadas con el denominador común de “alternativas”. Es el llamado por los detreactores y antiutópicos, es decir por los defensores del sistema, estilo “perro flauta”. Ropa informal, un cierto aire de falta de aseo, melenas o rastas, la moda “étnica” que incluye tejidos y diseños vagamente africanos o indígenas de América u orientales, entre los que destaca el pañuelo palestino, lucido con profusión por gentes de muy distintas clases sociales, antisistema pero también perfectamente integrados en el sistema… y por supuesto, tendencia al nudismo. Es decir un modo de presentarse que resulta “rompedor”, diferente, poco convencional, en definitiva “antiburgués”.
Lo que sucede es que ese estilo, en nuestros días, ha entrado en el juego comercial y es difícil distinguir a los que defienden alguna idea de los que se visten y se presentan así porque está de moda… salvo que sean muchedumbre como en el 15M, las manifestaciones de Okupas o alguna algarada tipo kale borroka.
Benefactores de la humanidad pero menos
Pese al derrumbre de la Unión Soviética y el consiguiente descrédito de los sistemas polícos basados en el comunismo, Marx sigue siendo una inspiración para muchísimos que aspiran a un ideal de justicia y bienestar para todos. En realidad pocos han leído “El capital” y la mayoría se contentan con retazos del “Manifiesto comunista”, pero no dejan de admirar y aún venerar al filósofo cuya influencia perdura en buena parte de la producción intelectual de nuestra época.
Estos admiradores de Carlos Marx reprueban o ignoran cualquier crítica que incida en la vida privada del personaje. Bien porque se niega la veracidad de ciertos testimonios o documentos (como la misma correspondencia privada del sujeto), bien porque se consideran irrelevante y que la obra supera con mucho al autor cuyos fallos o deficiencias no tienen nada que ver con el alcance de sus argumentos.
El caso es que la biografía de Marx aporta aspectos muy poco ejemplares y bastante contradictorios con un ideal humanitario. Casado con una joven perteneciente a la nobleza, Jenny von Westphalen, vivió de la fortuna de ésta, de sucesivas herencias que dilapidó y sobre todo de la ayuda de su amigo Engels. En algún periodo de su vida cambió de residencia con frecuencia para huir de los acreedores. De sus siete hijos sólo sobrevivieron las tres últimas: la mortandad infantil, terrible en la época, se cebó con sus vástagos, mal alimentados y nacidos en un ambiente insalubre. En 1850, el casero puso en la calle al matrimonio con cuatro niños y todos los muebles que tuvieron que empeñar para liquidar las cuentas de la carnicería y la panadería. Entonces se acogieron a la beneficencia. Su pequeño hijo Guido murió aquel invierno de frío siendo un bebé. Un informe redactado por aquellos días por la policía prusiana, que le seguía los pasos describe así al personaje: “Lleva una vida de intelectual bohemia. Pocas veces se lava, se acicala o se cambia de ropa, y a menudo está borracho. No tiene una hora estipulada para irse a la cama o levantarse por la mañana. A menudo se pasa la noche en vela y al mediodía se tumba en el sofá con la ropa puesta, donde duerme hasta la tarde. Cuando entras en la habitación de Marx, el humo y las emanaciones del tabaco hacen llorar los ojos... Todo está sucio y cubierto de polvo, y sentarse se convierte en una tarea peligrosa”.
Pero la cuestión más espinosa es la de su criada a la que dejó embarazada en ausencia de su esposa y de la que tuvo un hijo al que jamás reconoció. Como el embarazo de la sirvienta, Helen Demuth, era demasiado evidente, Marx, probablemente con la anuencia de su esposa, responsabilizó a su amigo Engels del asunto. Engels no reconoció al niño, pero se ocupó de darlo en adopción a la familia Lewis… Bastante penoso y muy poco ejemplar.
El educador que mandaba a sus hijos a la inclusa
Rousseau, cuyo influjo en la educación es evidente incluso en la más actual, es estudiado como un “padre” de la pedagogía y él mismo se consideró un benefactor de la humanidad. Algunos biógrafos ponen en duda su salud mental.
Salió de su Ginebra natal a los dieciséis años y pasó buena parte de su juventud en las ocupaciones más diversas (camarero, secretario, lacayo, profesor de música, empleado del catastro, intérprete, etc.), encontró alojamiento en casa de François-Louise de la Tour, baronesa de Warens, señora que se convirtió en su protectora. Años después llegó a París y allí se relacionó con intelectuales como Diderot, y con el físico y matemático D’Alembert, lo que le permitió publicar artículos sobre música en la Encyclopédie francesa.
En París conoció a Thérèse Le Vasseur, una camarera del hotel donde se alojaba, mujer sencilla, de poca cultura y modales nada refinados que, precisamente por eso, constituía el blanco de las burlas de los huéspedes. Esta situación provocó que Rousseau se pusiera de su parte y se interesara por ella. La amistad dio paso al amor sincero y ya no se separaron jamás. Tuvieron cinco hijos pero todos fueron donados inmediata mente a la inclusa. Este hecho constituye la mayor paradoja en la vida de Rousseau. El hombre que escribió la prestigiosa obra Emilio o De la educación, en la que pretendía enseñar al mundo cómo hay que educar y amar a los niños, resulta que se desentendió por completo de los suyos y no fue capaz de aceptarlos ni educarlos. ¿Por qué?:
Rousseau justifica su actitud porque no tenía dinero y ni si quiera un trabajo estable que le permitiese educar a sus hijos debidamente o dejarles algún legado. Tampoco quería que fuesen educados por la familia Levasseur. Así que la mejor solución era la inclusa, donde no recibirían ningún mimo y lo pasarían mejor, y, además, ésta era la forma de educación que Platón recomienda en su República: los niños deben ser educados por el Estado.
Hacia el final de su vida Rousseau confesó el remordimiento que sentía por haber depositado en el hospicio a sus cinco hijos recién nacidos. En Las confesiones escribió: “Al meditar mi Tratado de la educación, me di cuenta de que había descuidado deberes de los que nada podía dispensarme. Finalmente, el remordimiento fue tan vivo que casi me arrancó la confesión pública de mi falta al comienzo del Emilio.”
Un poco tarde. ©
Virginia Fernández Aguinaco
Colaboradora de la revista Crítica - Reportaje -.

Utopías del siglo XXI
El monográfico de éste número tratará de definir nuestra meta, aquello hacia lo que nos dirigimos, el motor que mueve el mundo, ese lugar que parece inalcanzable y parece alejarse un paso con cada paso que damos: Las Utopías del siglo XXI. El Ecosocialismo, el feminismo como utopía, las ideologías que abanderan utopías, la educación para todos, los Objetivos del Milenio marcados por la ONU, el movimiento de los indignados basado en otros mundos posibles, la economía sostenible, Movimiento por la Paz, el liberalismo, la utopía de vencer la enfermedad, la belleza y juventud eterna, el perfil de las personalidades utópicas…
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